Saturday, March 15, 2008

"Germania", la ciudad soñada por Hitler y Speer










En la penumbra solitaria de la exposición, 48 horas antes de su inauguración oficial, ante la maqueta de la ciudad imperial “Germania” que debía sustituir a Berlín hacia 1950 un observador podría imaginarse a aquel hombrecillo de peinado ridículo y bigote inconfundible contemplando con deleite a altas horas de la madrugada su sueño megalómano.
Acariciando a su inseparable perra “Blondi”, el pastor alemán que moriría en abril de 1945 unas horas antes que su amo con la ayuda de una pastilla de cianuro, Adolfo Hitler pasaba las horas muertas admirando en un espacioso sótano de la nueva Cancillería una maqueta de su soñada metrópolis, que habría de convertir París y Londres en una mera burla de sí mismas. “Berlín sólo se podrá comparar como capital mundial con Egipto, Babilonia o Roma”, advertía el líder alemán en 1942.
Corrían los primeros años cuarenta, la II Guerra Mundial aún era un desfile victorioso de la Alemania nazi y a veces junto a Hitler se puede ver a otro hombre de uniforme, el arquitecto Albert Speer. El realizador de los sueños urbanísticos del “Führer”, al menos sobre el papel. Y él es también el creador de la nueva sede del Gobierno, con un práctico y famoso balcón desde el que el gobernante podía recibir las ovaciones de sus seguidores.
La exposición “Mythos Germania. Sombras y rastros de la capital del Reich” no podría haber elegido mejor enclave en Berlín. Sobre los restos del búnker de Hitler, a diez pasos del Monumento al Holocausto y sus 2.711 bloques de piedra de hasta cinco metros de altura, y el Reichstag en el horizonte con su cúpula transparente firmada por sir Norman Foster.
En la imaginación del visitante ambos dirigentes alemanes se inclinarán sobre la proyectada ciudad de cartón y el arquitecto y ministro de Armamento explicará a su atento oyente los detalles del “Gran Pabellón”, una sala de actos “del pueblo” –para 180.000 personas- con una cúpula de 290 metros.
Una voluminosa reproducción aledaña del edificio, junto a enormes carteles en alemán e inglés, hacen parecer al Reichstag y la Puerta de Brandemburgo meros juguetes del primero. Su cúpula hubiera sido 16 veces más grande de la de San Pedro en Roma.
El materializador de la idea sería Speer, nombrado “Generalbauinspektor” (inspector general de construcción), pero la “llama” surgiría de unos dibujos del propio Hitler de los años 20, inspirados en el panteón de Agripa. Y “El Gran Pabellón” se convertiría en el extremo sur del nuevo corazón de “Germania”, un bulevar de cinco kilómetros. En el norte, un arco del Triunfo mastodóntico que podría haber incluido en su vano sin problemas de espacio al de París.
Speer, quien ya había colaborado en la construcción del muelle para los dirigibles “Zepellin” y participado en la “nazificación” arquitectónica del aeropuerto de Tempelhof, diseñó todo un entramado de edificios con indicaciones de Hitler. Entre ellos uno dedicado al “Duce” fascista italiano, Benito Mussolini. Todo ello debía convertir Berlín en la ciudad más fastuosa y moderna del planeta, con profusión ornamental de águilas imperiales y cañones.
Aunque pocos de los edificios se materializaron, hasta avanzado el curso de la guerra Hitler mantuvo su fijación en “Germania”. De hecho, el actual anillo norte-sur de ferrocarril urbano berlinés perteneció al proyecto. Y en los años 60 se descubrieron numerosas canalizaciones en el subsuelo de la ciudad destinadas a aquella megalópolis surgida de una pesadilla.
La frialdad de las cifras expuestas en Berlín apabullan: en el área donde se levantaría “Germania” debían derribarse miles de edificios, entre ellos unas 18.000 viviendas y un barrio habitado por unos 50.000 judíos. La mitad de ellos pereció en campos de concentración, la otra sobrevivió trabajando como esclavos en las fábricas ideadas por Speer. Y entre las “víctimas” de la reordenación urbana, una veintena de cementerios que debían ser trasladados.
En cualquier caso el destino de Berlín era quedar reducido a escombros, ya fuera por el pico de Speer-Hitler o por los durísimos bombardeos de la II Guerra Mundial. La llamada colina de “Teufelsberg”, uno de los puntos más altos de la capital (114,7 metros), se erigió a partir de los materiales de edificios destruidos por las bombas.
Los últimos años de conflicto la extraña “amistad” entablada por Hitler y Speer –“Si hubiera tenido un amigo, éste habría sido yo”, afirmó-, en la que algunos biógrafos han querido ver una homosexualidad latente, se deshace lentamente. El arquitecto y ministro, centrado en la industria armamentística, cae en una lucha de poder dentro de las filas y sufre un intento de asesinato con veneno, según denunciaría años después en sus conocidas memorias.
Speer será uno de los jerarcas nazis condenados en los juicios de Nüremberg, y su pena se verá reducida a 20 años al minimizar su responsabilidad, asegurar que desconocía el Holocausto y que incluso habría participado en un intento para matar a Hitler. Saldrá en 1960 y logrará cierto renombre con sus libros, entre ellos “Dentro del Tercer Reich”, “Recuerdos” y “Diario de Spandau”.


Odiseo.

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