Der Streit
Cualquier ciudadano de esa cosa terrenal sobre la que flotamos debería comprender que nuestro cerebro se anega fácilmente de tópicos que estallan casi al 100% cuando uno deja atrás el terruño. Con los pueblos de las Germanías a este itaqueño le ocurre a cada poco. La candela se extiende a propósito de una anécdota que llegó a mis oídos hace unos días, con la que me he montado una película que téngote a bien contar, seas quien seas. La ubicación sería una calle en obras con el 40% del espacio de tránsito inutilizado y un camión que decide justo en ese momento, hay que ver, descargar sus productos. El paso queda reducido al 23 o 24%. Y a ambos lados de la acera se acercan cual locomotoras dos mujeres alemanas. La primera apenas mide 65 centímetros y empuja un carrito de bebé. La segunda roza el 1.80 y hace lo propio con una bicicleta. La del vástago queda mirando un escaparate y bloqueando el escueto paso. Como uno podría imaginar, la propietaria de las ruedas pide amablemente a su vecina de asfalto que aparte el vehículo infantil. La otra, sin la mayor sorpresa, recrimina legalmente que no se puede “circular” sobre un biciclo. La aludida argumenta que en ese momento es una peatona de tomo y lomo. Y de repente el estándar de educación y máximo respeto que uno tenía asumido en estas tierras se va simplemente al carajo. Y entonces uno recuerda lo que sentía el genial Woody al escuchar a Wagner, y sabe que todo es posible. Sin augurio posible la tensión revienta y la pequeña fémina reacciona agresivamente. No contra la enemiga, no. Sino contra su propiedad. El faro de la bicicleta será arrancado de cuajo y lanzado violentamente contra el suelo. El gigante teutón podría arrancar a su vez la cabeza a la oponente, pero en su lugar le arrebata las gafas y las pisotea contra el suelo. La respuesta de la hormiga atómica es intentar quitar el bolso a la primera para que le pague las lentes. Lo siguiente son varios ciudadanos llamando al orden, y alguien incluso a la policía, que llega a los pocos minutos, toma declaración y anuncia que ya les llamará el juez. Según se entera uno más tarde, por cierto, ambas son abogadas y han decidido convertir el asunto en un “casus belli” flagrante con largos alegatos judiciales. En Ítaca, quizás, la cosa se habría cerrado mentando a la madre de cada una y lanzando deposiciones imaginarias sobre la larga ristra de antepasados. Un par de amagos de “te voy a…” habrían sido tolerados como parte del espectáculo. Aunque no creo que llegaran a las manos. Y menos a un juzgado.
Odiseo.
Odiseo.
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