Agenda 2010; luces y sombras
Cada formación política tiene un día clave en su historia y ése será sin duda el 14 de marzo de 2003 para el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) del siglo XXI. Aquel día Gerhard Schröder, en el inicio de su segundo mandato, se dirigía al “Bundestag” para anunciar un antes y un después en los fastuosos gastos sociales del Estado. Nacía la controvertida Agenda 2010.
La profunda reforma socioeconómica, aplaudida por la oposición conservadora y los empresarios y más tarde aplicada a rajatabla por Angela Merkel en la actual “gran coalición”, fue calificada por algunos de giro neroliberal del SPD y abrió profundas heridas en el partido que aún hoy afloran. Algunos desencantados se marcharon con su ex presidente Oskar Lafontaine para acabar formando junto a los ex comunistas “Die Linke” (La Izquierda), una fuerza electoral creciente.
Pero en marzo de 2003 la situación parecía insostenible y para el Gobierno de socialdemócratas y ecologistas había llegado el momento de frenar, recortar y apelar “a la responsabilidad individual”, según las palabras de Schröder. El objetivo, reducir las amplias prestaciones del desempleo, menor tiempo en la percepción de subsidios, creación de empleos de baja remuneración y severa reforma del sistema sanitario para reducir costes y prestaciones.
Las cifras resultaban aplastantes: más de 4,5 millones de parados, un 3% de deuda pública y una economía renqueante tras la costosa Reunificación. El más doloroso de los puntos era el conocido como “Hartz IV”, la ambiciosa reforma laboral. El nombre le venía por Peter Hartz, el jefe de los asesores de Schröder en el proyecto, años después condenado por corrupción en el “caso Volkswagen”.
El último punto de la Agenda 2010 desató numerosas protestas a lo largo y ancho del país. Y dentro de él se encuentra el polémico apartado de los parados de larga duración, es decir de un año y medio o un año si se tienen más de 55 años. A partir de la entrada en vigor de “Hartz IV” a principios de 2005, se convertían en perceptores de asistencia social (345 euros al mes en el oeste y 331 en el este) con la obligación de aceptar prácticamente cualquier trabajo.
Cinco años después la Agenda 2010 y en particular “Hartz IV” tienen en la canciller Merkel una de sus máximas admiradoras y no ha tenido problemas en alabar públicamente a su antecesor. Las cifras macroeconómicas son espectaculares: una tasa de menos del 7,2% de paro (tres millones); un crecimiento de la “locomotora” europea al 2,5%; y con la inexistencia de déficit público por primera vez desde 1969.
Sin embargo la realidad social y política tiene otra lectura, además de la de los grandes “·patronos” de la industria anunciando beneficios millonarios mientras los sueldos de los empleados públicos están congelados desde hace años en aras de la Reunificación. La Agenda 2010 ha creado un auténtico ejército de trabajadores que sólo consiguen empleos poco remunerados o temporales con unos salarios que cada día tienen menos valor debido al encarecimiento de los productos. Sin hablar de los tres millones de personas que no trabajan, reciben ayuda del Estado y no cuentan en las filas del paro, y de los 150.000 empleados públicos –sector en huelga- que no llegan a fin de mes con su nómina, 33.000 de ellos maestros.
Ante ello no resulta extraño el ascenso por la izquierda del partido de Lafontaine. Y un SPD aún dividido por la herencia liberal de Schröder aún busca su camino. Su nuevo líder, Kurt Beck, decidió un polémico giro a la izquierda que llevó a dimitir al entonces ministro de Trabajo, Franz Müntefering, un hombre considerado el defensor de la “memoria” del anterior periodo “rojiverde”.
Y tras las difíciles elecciones de Hesse y la autorización de Beck a recibir el “apoyo pasivo” en los parlamentos regionales de La Izquierda, un “tabú” en Alemania, las críticas contra el líder socialdemócrata incluso desde “pesos pesados” de su partido han arreciado y lanzado al SPD en una caída libre en las encuestas, donde incluso podría llegar al 23% frente al invariable 38% de los conservadores de Merkel.
Odiseo.
La profunda reforma socioeconómica, aplaudida por la oposición conservadora y los empresarios y más tarde aplicada a rajatabla por Angela Merkel en la actual “gran coalición”, fue calificada por algunos de giro neroliberal del SPD y abrió profundas heridas en el partido que aún hoy afloran. Algunos desencantados se marcharon con su ex presidente Oskar Lafontaine para acabar formando junto a los ex comunistas “Die Linke” (La Izquierda), una fuerza electoral creciente.
Pero en marzo de 2003 la situación parecía insostenible y para el Gobierno de socialdemócratas y ecologistas había llegado el momento de frenar, recortar y apelar “a la responsabilidad individual”, según las palabras de Schröder. El objetivo, reducir las amplias prestaciones del desempleo, menor tiempo en la percepción de subsidios, creación de empleos de baja remuneración y severa reforma del sistema sanitario para reducir costes y prestaciones.
Las cifras resultaban aplastantes: más de 4,5 millones de parados, un 3% de deuda pública y una economía renqueante tras la costosa Reunificación. El más doloroso de los puntos era el conocido como “Hartz IV”, la ambiciosa reforma laboral. El nombre le venía por Peter Hartz, el jefe de los asesores de Schröder en el proyecto, años después condenado por corrupción en el “caso Volkswagen”.
El último punto de la Agenda 2010 desató numerosas protestas a lo largo y ancho del país. Y dentro de él se encuentra el polémico apartado de los parados de larga duración, es decir de un año y medio o un año si se tienen más de 55 años. A partir de la entrada en vigor de “Hartz IV” a principios de 2005, se convertían en perceptores de asistencia social (345 euros al mes en el oeste y 331 en el este) con la obligación de aceptar prácticamente cualquier trabajo.
Cinco años después la Agenda 2010 y en particular “Hartz IV” tienen en la canciller Merkel una de sus máximas admiradoras y no ha tenido problemas en alabar públicamente a su antecesor. Las cifras macroeconómicas son espectaculares: una tasa de menos del 7,2% de paro (tres millones); un crecimiento de la “locomotora” europea al 2,5%; y con la inexistencia de déficit público por primera vez desde 1969.
Sin embargo la realidad social y política tiene otra lectura, además de la de los grandes “·patronos” de la industria anunciando beneficios millonarios mientras los sueldos de los empleados públicos están congelados desde hace años en aras de la Reunificación. La Agenda 2010 ha creado un auténtico ejército de trabajadores que sólo consiguen empleos poco remunerados o temporales con unos salarios que cada día tienen menos valor debido al encarecimiento de los productos. Sin hablar de los tres millones de personas que no trabajan, reciben ayuda del Estado y no cuentan en las filas del paro, y de los 150.000 empleados públicos –sector en huelga- que no llegan a fin de mes con su nómina, 33.000 de ellos maestros.
Ante ello no resulta extraño el ascenso por la izquierda del partido de Lafontaine. Y un SPD aún dividido por la herencia liberal de Schröder aún busca su camino. Su nuevo líder, Kurt Beck, decidió un polémico giro a la izquierda que llevó a dimitir al entonces ministro de Trabajo, Franz Müntefering, un hombre considerado el defensor de la “memoria” del anterior periodo “rojiverde”.
Y tras las difíciles elecciones de Hesse y la autorización de Beck a recibir el “apoyo pasivo” en los parlamentos regionales de La Izquierda, un “tabú” en Alemania, las críticas contra el líder socialdemócrata incluso desde “pesos pesados” de su partido han arreciado y lanzado al SPD en una caída libre en las encuestas, donde incluso podría llegar al 23% frente al invariable 38% de los conservadores de Merkel.
Odiseo.
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