Thursday, June 14, 2007

Kassel / documenta 12

Vuestro humilde Odiseo, embarcado en un tren ICE en dirección a Berlín, va a proceder a una difícil confesión: soy un analfabeto. Lo acabo de comprobar con cierto dramatismo –y mucha chirigota- en documenta 12, el llamado “museo de los 100 días” u “Olimpiadas del mundo del arte” que cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel le mete el termómetro en los cuartos traseros a la vanguardia. Soy sincero en proporciones mayúsculas, si bien por parte de madre y “ad hoc” algo de entrenamiento individual este hijo de Ítaca viene dotado de cierta sensibilidad para las artes, al menos las culinarias (enhorabuena mi agradable Ferrán Adriá, has tomado el pelo con gracia a todo el planeta). Pero las vanguardias, para qué engañaros, algunas simplemente le vienen grandes a las 13 neuronas que me restan tras los excesos de las casi últimas cuatro décadas. Entre las más farragosas me cabe el recuerdo de la alemana Cosima von Bonin, cuyo nombre incluso había transitado en alguna ocasión por mis atascados conductos neuronales. Pero cuatro cañas colgadas en vertical en un vulgar andamio de obra, todo ello cubierto por una lona de color ¿rojo? requiere una explicación somera, pero carezco de tiempo para perder. Y en el lote abstruso, unos bonitos marcos con simples rayas horizontales y verticales, una por cuadro, “Sin título”, ¿mande? O una estructura abierta de acero de 4x4 metros unida por gruesas maromas y nueve bailarines en grupos de tres acometiendo una y otra vez los mismos movimientos que recordaban el Taichí. Dos de las gráciles danzarinas ocupan mi pecaminoso cerebro unos segundos, poco más. Ante tamaña incongruencia, el rey de los analfabetos prefiere destacar al beninés Romouald Hazoumé, que con una gran patera llena de agujeros y hecha con vulgares bidones de gasolina quiere llamar la atención de los africanos que ven en Occidente la salvación, cuando ellos son los verdaderos países ricos, no los ocho engreídos cretinos del G8. Y, subrayado, un mensaje de increíbe esperanza y muerte. O el chino Ai Wei Wei, que se ha quedado con el personal al traerse a 1.001 chinos para que se paseen por Kassel, simplemente, e interactúen con todo bicho viviente. Espectacular. Y entre las obras que no se entienden pero que sorprenden gratamente, un magrebí del que olvidé el nombre (mis disculpas), pero que coloca 13 guitarras eléctricas (ni una más ni una menos) enchufadas a ordenadores y amplificadores, y unos curiosos dispositivos con púas se encargan de crear “música” mediante secuencias. Guitarras tocando solas. Al menos este viajero impenitente puede decir que más de una obra le ha sorprendido, pero muchas más le han decepcionado. Y francamente, si alguien me invitara a una exposición de Física Cuántica, que como todos sabemos es la bonita teoría de las canicas concéntricas, seguiría sintiéndome como un “analfaburro”, lo que aporta cierto alivio para mis limitadas 12 + 1 neuronas.
Odiseo.

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