Sunday, May 20, 2007

Swinoujscie-Swinemünde


Por la profesión de uno de sus “alter ego”, Odiseo se ve obligado a escribir unos textos de longitudes respetables, a veces apasionantes, otras soporíferos -el mismo rigor en todos ellos, no la pasión-, en los lugares más insólitos del planeta. Y por supuesto, deben llegar a una determinada hora al “Diario de Ítaca” porque si no el tocapelotas de turno, con mando en plaza, te llamará cada tres minutos reclamándolo, lo que puede hacer perder el control a los nervios más templados. Lo de abrir el dichoso “laptop” en un avión o en un tren no tiene misterio, lo hace hasta el “yupi” serie B más pintado. Aeropuertos y estaciones de ferrocarril de segunda sin un alma, mejora un poco. El metro, jardines, “Hoffes” (esas plazas interiores entre edificios tan berlinesas) y las salas de prensa más saturadas o lujosas, puntúa al alta, jura uno de mis egos más patéticamente orgulloso. Mi situación estelar hasta hoy se producía en un viaje de seis horas en taxi desde Mitrovice (Kosovo, de momento Serbia) hasta Belgrado, con un taxista que no paraba de dar la brasa en plan “buenrrollista” y mareante. Y 20 minutos para llegar al hotel y entrar en la Hora Cero. Pero el otro día me superé a mi mismo con un texto escrito en una playa polaca, antes alemana. En el Mar Báltico, por estos lares llamado Mar del Este. El lugar, Swinoujscie, antañazo Swinemünde. Ese “alter ego” estaba de guardia, como siempre, pero decidió aceptar una propuesta para descongestionar una parte del cerebro embotado por Siemens, EADS y otras cosas muy importantes pero que pasan por mi cerebro dejando tanta huella como una amante imposible. Así que allá marchó Odiseo a bordo del pequeño BKA y mi cicerone de Prenzlauer Berg. Unos kilómetros más al norte, comprobando el lamentable estado de las Autobahn del antiguo Este y entrando en Polonia, dos horas y media a la suma, un paraíso entre Galicia y Cádiz, pero sin su Sol, su pulpo ni su pescaíto frito con su moscatel. Y mucho más chabacano, para que negarlo, con sus idénticos jubilados y animosos alemanes. Pero con sabor precomunista a vieja villa de Mar europea, bellas casas de verano apenas a unos metros de las playas. Pues ¡date!, también ese día llegó la llamada de rigor, una pollada para fusilar a una revista sobre un preboste de la cosa esa llamada Europa, en exclusiva. Así que allá se puso Odiseo, tras dejar los trastos en la lujosa y decadente habitación, lanzado a la arena, a fabricar el texto agazapado tras un ordenador portátil, mientras los paseantes, con el ritmo enervante de un chiringuito vecino, se mecen entre las dunas en silencio. Sólo unas horas de fuga subterfugia, lo juro, relajantes, pese al monumental atasco de regreso al día siguiente, bajo un sol de justicia que nos había abandonado el día anterior frente al Mar. Hijo de su madre, pero lo suficientemente brillante para dificultar la lectura de la jodida pantalla del jodido ordenador. Ya lo dijo un compañero que me decepcionó hace una semana: “Esta profesión es un sacerdocio”. Hay que joderse.
Odiseo.

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