Ulises van Dorfmann
Desengañémonos. En la vida llega un momento en que las sorpresas agradables se saborean como un buen bombón. Despacio, por infrecuente. Así pues, permítaseme en medio de la travesía homenajear a mi vecina de blog Justina o los infortunios de la virtud, una amiga con la que siempre me he reencontrado, quizás, a destiempo. Es un suponer. Y me ha hecho protagonista de una de sus entradas. No podía por menos que reproducirla, dado el ataque de ternura que tengo en estos últimos meses.
Mil gracias, mi entrañable y cantarina Justina.
Odiseo.
ODISEA VAN DORFMANN
Por Justina o los infortunios de la virtud.
"Ulises van Dorfmann apareció en mi vida hace ya muchas noches, tantas, que rebosarían los cuentos orientales de Sherezade.Me lo encontré convaleciente y solo, en una terraza de arena, toda verano, frente a una jarra de cerveza helada, y nos hicimos amigos sin darnos cuenta.Ulises van Dorfmann vivía en una buhardilla soleada, como un gato triste, y desde esa buhardilla, de noche, se olían las estrellas y a su cama revuelta llegaban los rayos salados y de plata de la luna llena por un tragaluz que tenía en el techo.Tenía Ulises, por aquel entonces, una soledad lunar y felina que acongojaba el alma, que armonizaba con inusitada originalidad con cierto candor adolescente, cierto entusiasmo, que daba ganas de ir bailando a gritos y a saltos, por la calle. Entre sus sábanas revueltas, uno podía pincharse, si no andaba con cuidado, con algún lucero abatido, huyendo del quicio de su barba de náufrago. Para espantar a los luceros acerados, yo siempre cantaba blues desconsolados desde la ducha, la duchita diminuta del minúsculo cuarto de baño que había junto a la habitación, desde la que uno podía cantar cualquier cosa -blues, y tangos y fados y soleares- todo entre pompas de jabón, pero sólo agachando la cabeza.Ulises era, y que me perdone la etiqueta, un ser cuesta arriba, una persona de escalera, y es verdad que siempre lo recuerdo subiendo las empinadas aceras de Lavapiés, o recolectando libros escogidos, de camino a su habitación solitaria, en todas y cada una de las escaleras que en distintos encuadres y universos me han conducido hasta su cuarto.Y es que eventualmente, Ulises van Dorfmann se mudó de planeta. Se hartó de terrazas arenosas y callejuelas de piedra, buhardillas maullantes y lunas misioneras, y aceptó un trabajo en el país más cuadrado del universo, en una ciudad herida, también convaleciente como él, donde los okupas componían murales al desamor en acuarelas fosforescentes.Ulises van Dorfmann esperó mucha lluvias y muchas nieblas saturnales desde la ventana de su nueva ubicación, mimando a veces y olvidando a ratos el candor adolescente y coloreado suyo, que era su parte más conmovedora y la que atraía a los luceros a la vera de su almohada.Y amaneció un día el frutal que acariaba su ventana cuajado de muchachas en flor y, al cabo, me contó Ulises van Dorfman, que se había afeitado la barba, se había comprado un gato mimoso, y había mudado su cuarto al piso de abajo. Ulises, al fin, se había enamorado irremisiblemente".
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