Monday, April 23, 2007

Herr Ansar


La primera vez que vuestro humilde Odiseo vio en vivo y en directo a este prócer de la Patria (alguien debía gastar ese adjetivo, querido e invisible lector), ya entonces ex inspector de Finanzas del Estado, prácticamente acababa de abandonar el pantalón corto y se preparaba para faenar en caladeros de Oriente Medio. Ni la menor idea de que un día se lanzaría a la aventura de regresar tranquilamente a casa tras la campaña bélica del dichoso caballo. En esos días, bisoño, uno se quedó embobado mirando cómo el señor “!Váyase usted señor González!” no movía un milímetro sus labios para hablar, como un muñeco. Dios o las hadas, a efectos prácticos lo mismo, no desasistieron a nuestro narrador y al menos la enorme cinta de cassette –corrían los primeros años noventa- grabó la crispación necesaria para parir la consabida colección de palabras. Alguna vez más le vi durante su primera legislatura, cuando era el tipo más moderado y pactista del planeta Tierra, y también en la segunda, donde nadie le tosía porque él, simplemente, vivía recluido cual reina madre en La Moncloa y sólo dejaba de hacer calceta para poner los pies sobre la mesa de las Azores (arriba en la foto, con sus compas de juerga) y con su mayoría absoluta meternos en una patética invasión ilegal de un país árabe, para mayor gloria de los USA y para desesperación de la mayoría de sus ciudadanos itaqueños. Un buen día, ya imbuido de su papel de reina madre, mintió a su pueblo, y éste le metió una patada a él y a sus muchachos donde duele de verdad a un político, en los votos. Luego vendría la esquizofrénica tesis de la conspiración durante tres largos años para intentar demostrar que aquello fue… o bien “un golpe de estado de la oposición”, que como bien dice la palabra estaba en la oposición y no chupaba poder (el poder era de los mentirosillos), o incluso un contubernio judeo-masón-islamista-etarra, de los que gustaban al tío Paco Medallas, para “quitarles” las llaves de La Moncloa a nuestros “beatíficos” chicos de la gaviota. Pero esto ya aburre a las ovejas (sí señores, siento decírlo tan claramente), así que seguiré con nuestra reina madre. Bien, hete aquí que surcando los mares mi tripulación y yo recalamos en la isla de Tiergarten y allí nos encontramos a nuestro buen señor, al que ahora, a través de cierta fundación de cerebros “neocon” requemados y “liberales” (¡agh!, no soporto a alguien que se autodefine así, ¿será por el enano parlanchín de la Conferencia Episcopal, al que incluso le dan premios?), intenta arreglar el planeta desde concepciones “democráticas” y “decentes”. ¿Por qué insiste? Ya lo intentó en Ítaca y aún estamos pagando los platos rotos. En ese país árabe, en fin, sólo hay que seguir un poco la prensa para darse cuenta de que allí pintan bastos y el horizonte está decorado en sangre y luto. Pero él, cada vez más reina y menos madre, con esa actitud de ofendido –“¿cómo os habéis atrevido, españolitos, a echarnos del Gobierno? No se os puede dejar pensar-, la melena cada vez más larga y cuidada de peluquería, lo que no deja de ser un contrasentido, y nada menos que en inglés, o al menos eso se cree él, erre que erre. Alguien debería prepararle una transcripción fonética de sus ponencias, para que la cosa no resulte tan ridícula. Por qué sólo los itaqueños, entre los europeos, insisten en hablar en inglés en actos internacionales cuando hay un servicio de traducción “ad hoc”, Solana entre ellos, pero al menos con él te ríes. A Dios Gracias, o al Diablo, ayer no habló de la dichosa conspiración, aunque para eso ya tiene a Rajoy, Acebes y a Zaplana, los hermanos Marx del “Tridente patriótico” o "Día de la banderita" . Pero qué quieres, a uno se le electriza el estómago cuando el moderador presenta a este personaje como “Der Vater der spanisch Witschafts Boom” (el padre del boom económico en España). Pero en fin, el morbo que nos ha llevado a tantos itaqueños a la Fundación “Konrad Adenauer” a escuchar a nuestro muchacho, que no otra cosa (mis chicos en Ítaca no están interesados en lo que pueda decir sobre “neoconismos”), se agota ante la estulticia, y fuera aún hace un día precioso. Pleguemos velas y a otra cosa, más interesante si cabe.
Odiseo.

Saturday, April 21, 2007

Der Kaffe kann erwarten


Hoy Odiseo, cual ONG en rebajas, presta su espacio gratuitamente a un viejo amigo, remero de estribor, que luchó codo a codo conmigo en el cerco de Troya, e incluso recibió alguna saeta dirigida a mi persona.
O.

Der Kaffe kann erwarten

"Abre los ojos y su vida regresa al cerebro como si no se hubiese marchado de vacaciones las últimas siete u ocho horas. El familiar olor que se le instala en las pituitarias antes incluso de poner en marcha los ojos le hace sonreír intensamente y se siente bien abrazado a otro cuerpo humano, inexplicable, flotando en medio de una apaciguadora nube de cabellos rubios. Por un momento piensa en levantarse a tomar un café, pero opta por aprovechar la coyuntura, pongamos por caso que el río Spree pasa por Berlín igual que el Manzanares por Madrid, y se acerca un poco más, besándole con suavidad los hombros desnudos y llenándose con el aroma concentrado bajo las sábanas. Sabe perfectamente que a ella le incomoda la idea de dormir abrazada a alguien. Y hasta hace unos meses él era miembro de ese club, pero nunca es tarde para cambiar de opinión en asuntos de tamaña índole, se dice. ¿Qué es lo que convierte este caso en “rara avis”? Un leve gemido a escasos centímetros y un tenue estremecimiento le provocan un ataque masivo de ternura que intenta no racionalizar. No hace ni medio año, ese mismo caudal de “ternura” que hoy observamos pedía a alguien con quien acababa de hacer el amor que durmiera en otra cama. No podía ni soportar la idea, la misma idea que un par de años antes le despertó un buen día con una sonrisa de oreja a oreja. Y por qué ahora se siente de nuevo como un adolescente, buscando su largo cuerpo por las esquinas como si fuera Ítaca y él un Ulises sumergido en alguna Odisea. A veces sólo sus ojos, y al encontrarse con ellos el bienestar no ceja. ¿La conoce? Podría jurar que sí, y cruzar medio país sólo para sentirla cerca un rato, nada más. Pero a veces duda, porque dudar de todo debería ser un vicio tan humano como errar. Lo contrario, de borregos. La idea del café vuelve a surcar sus neuronas, pero elige acercar los labios a su espalda y recibir el calor que desprende. Es entonces cuando la ve a lo lejos en su memoria, el encuentro en una esquina o un andén del metro, y se declara vencido ante su dulce sonrisa y su siempre feliz saludo, desde el minuto uno, desarbolante. Así la primera vez como la última. Estaría por asegurar que se enamoró de ella sin haberla visto jamás, pero suena ridículo incluso en estos tiempos cibertecnológicos hilvanados por esa nueva religión atea y pragmática, Internet. Y en apenas unos meses se ha convertido en alguien que siempre estuvo ahí, aunque entienda un 60 o 70% de lo que habla, cada vez más. Y la ama en cada uno de sus 178 centímetros, aunque deba rescatar ese delicado verbo de las mazmorras más profundas del tiempo. Ummh!, piensa de nuevo, un café negro con una nube de leche y dos de azúcar. Pero en ese preciso instante ella rezonga desde este lado de la frontera del sueño un “buenos días” inteligible, da igual en qué idioma. La respuesta desborda cariño, y nuestro héroe enrosca sus piernas con las de ella. Decididamente, resuelve, todo tiene fecha de caducidad y el café puede esperar".
D. W.

Tuesday, April 17, 2007

Gleitschirmfliegen


Al frente el pueblo de Neuschwanstein, idílico con sus casitas de Heidi y su olor a vaca recién ordeñada. A la izquierda, el castillo de la Bella Durmiente de Walt Disney, con sus almenas y murallas en tamaño Exin-Castillos, obra de ese loco Luis II, un enamorado, según dice la Lonely-Planet, que es ley para estas cosas. Y bajo mis pies, unos 1.000 metros de caída libre entre manchas de nieve y montaña escarpada. Cuaderno de Bitácora, fecha estelar abril de 2007, en el punto del planeta con más calor ese día, lo dice el "Bild" a toda página: Baviera, hasta los 30 grados. No es el caso cuando uno, el ínclito Odiseo pongamos por caso, está en lo alto de una montaña, con Austria a la espalda, en algún lugar entre más montañas y más manchas de nieve perpetua, si el cambio climático lo permite. Mi cicerone para la ocasión, un agradable venezolano del que no pude procesar su nombre, no para de preguntarme si estoy nervioso. Y enfundado en mi traje de bautizo en el noble arte del Parapente, llamado Gleitschirm o Paragleit por estas tierras, lleno de cremalleras y bolsillos, con un casco que no pararía el trompazo desde una bicileta BH infantil con dos ruedecitas a los lados, digo la verdad: no. Y reconozco que la situación es como para que al mortal más aguerrido se le pongan por corbata. Pero es lo que tiene haber muerto ya una vez, que cada minuto se disfruta con la máxima tranquilidad. Además, esto no es menos peligroso que el cerco de Troya, y allí las víboras lanzaban dentelladas terribles a diestro y siniestro. Y de repente, un último vistazo a mi entrañable 1,78 bávaro, que daría todas sus células envenenadas por ocupar mi puesto, y como en un chiste de segunda mano, un itaqueño y un venezolano, a la de ¡ya!, amarrados a un pedazo de tela y muchas, demasiadas cuerdas, comienzan a correr hacia la nada. Un metro antes del The End, algo nos frena, una sacudida hacia atrás y ¡ya está!, flotando mecidos por un delicioso viento levemente frío y sentados en una especie de sillita de bebé. Mientras se relajan mis manos, aseteo a preguntas a mi Maestro Joda de los Vientos y noto que alguna parte de mi cerebro no puede creerlo. A 2.000 metros de altura, con un latinoamericano “ermitaño”, según se autodefine, que pesa un tercio más que yo, la cerveza –"deliciosa"-, confiesa, y sólo soportados ambos por un trapo que maneja el caraqueño mediante dos hilos anudados a sus manos, uno para subir y bajar, y otro más para girar. Me invade una sensación total, un subidón de adrenalina equiparable -a distancia- a ciertos polvos, y de esos he tenido la suerte de tener alguno que otro en los dos últimos años. El cielo está lleno de gente en parapente, ala delta y una suerte de avioncitos sin motor de largas alas. El primo Jürg, el del acento imposible, a unos 40 metros algo más arriba, saluda alzando las piernas en su cestita de niño. “Algunos sufren un ataque de pánico”, cuenta mi gondolero venezolano. La bajada, explica, dura unos 20 minutos, “a veces me ha tocado tener que estar hablándoles y tranquilizándoles mientras se derrumbaban”. A dos millares de metros en dirección al sol. Toca bajar, y llega el “momento espirales”, una especie de trompos hacia un lado y el otro que ponen a prueba la manzana que he comido hace media hora. Pero cuando el cuerpo se acostumbra, es como una montaña rusa hecha de aire. Las cabañas se hacen cada vez más grandes, dentro de su pequeñez. Y de repente el suelo, de nuevo, viejo amigo.
Odiseo.

Friday, April 06, 2007

Trokavec


En el barco que me conduce eternamente a Ítaca resuena el agónico Camarón de aquel París de 1987, el mismo que cierta diosa rubirroja del Guadalquivir reveló a mis oídos cuando nuestro ínclito Odiseo aterrizaba en el desconocido flamenco desde el jazz. Y mientras mis 13 neuronas insisten en evocar a la nívea Penélope en un lejano, muy lejano sur del norte, me viene a la memoria un gran momento surrealista que vivió este viajero infatigable hace un par de días. Tenía pensado hablar del parque de atracciones para hippies, poshippies y neohippies de ocasión de Christiania, allá en una esquina junto al río de nuestra preciosa y sosa (lo siento, María) Copenhague. Pero tengo un día tonto y prefiero echarme unas risas en el campo, en el muy honorable pueblo de 100 habitantes de Trokavec, en Chequia o República Checa, a unas cuatro horas y media de navegación briosa hasta Praga, y una hora más por carretera con el expresivo Mila I al volante, a una media de 170 kilómetros por hora. Te resumo, mi lector cada vez más inexistente: este villorrio de Bohemia Occidental donde a media mañana no se ve un alma por sus calles, se ha erigido en estandarte contra el escudo de misiles que, como quien no quiere la cosa, nos va a colocar el Tío Sam a los de la UE en tierras checas y polacas con la excusa de los malísimos iraníes cantamañanas y los ¿norcoreanos? Ni cortos ni perezosos, 71 de los 72 votantes de este lugar donde alguien perdió la boina decidieron montarse un referéndum que no vale un pimiento y decir un “no” sin comillas a la maquinaria de Washington, que ha convertido en alfombras enrollables a Kaszcynski & Kaszcynski y al checo Topolenko (creo recordar que se llama). Sigo. Tras departir con el señor alcalde (en la imagen superior), un simpático buenhombre con aspecto de tomar cerveza en un bar de carretera de Texas (EEUU), éste nos acompaña a dar una vuelta por el pueblo, que a la hora del te o a la que dejó de existir Sánchez Mejías tiene desplegado un ritmo frenético: tres tractores pasan en apenas unos minutos ante mí. Y es que hay más bestias de tres ruedas que utilitarios de cuatro en esta villa, reconoce el “primus inter paris” local en un alemán accesible. El citado momento surreal llega cuando uno de los tractores, cargado con un enorme depósit0 incoloro, accede al interior de una propiedad. Y allí se pone a descargar toneladas de mierda (los más sensibles, bitte, llamadlo estiércol líquido, por ejemplo) en un habitáculo subterráneo. En medio de un hedor inenarrable, un desquiciado perro metido en una gran jaula comienza a ladrar y a girar sobre sí mismo como una peonza durante lo que serán diez o quince minutos de reloj. La escena, no contenta con estos elementos descritos, introduce un cerdo inmenso (le echo 250 kilos, más o menos) con una melena que envidiaría Michael Jackson y que es guiado por la vara de su alegre dueña. “A estirar las piernas”, explica Mila II en un español domado en Cuba. La sonrosada ama lo acaba de decir en ese idioma llamado checo, y que suena a serbio, croata o montenegrino. “Dobridan”, como me enseñó la señorita Markovic. Finalmente, el cerdo trotando, el perro-peonza y el tractor perfumando un kilómetro cuadrado son demasiado incluso para tripulación tan aguerrida, que ahogando las risas inicia su retirada. Y tras llenar la andorga con infinidad de delicias checas, Mila I, alias “Schumacher”, a … kms./h. (siento la imprecisión, me preocupaba más mi estómago a punto de sucumbir en un mar de curvas) nos dejó de nuevo en mi barco minutos antes, muy pocos, de que zarpara.
Odiseo.
Posdata: Nos haría falta algún que otro Trokavec en el planeta.