"Sonora", historia de un saxofón
De blog en blog y tiro porque me toca, vuestro fatigado Odiseo regresa a éste su viejo espacio privado para narrar una de esas casualidades que suelen provocar a unos una sonrisa y otros indicaciones de un cierto destino preescrito. Témome del primer grupo. Nuestra entrada de hoy, querido e insustituible lector inexistente, va de Música y de cierto instrumento. Y mientras pongo proa a cierta isla del Mare Nostrum a alventar mis neuronas voy a confesarte que este marinero siempre ha sentido una frustración de las gordas: tocar bien un instrumento de música. Piezas de Bach (¡olé Pau Casals!) y Pink Floyd me hacen flotar en el mismo espacio en el que charla Miles Davis o se rompe John Coltrane y los Rolling Stones pasaban por ahí. Hola Joaquín Sabina, pongamos que hablo de Leonard Cohen; saludos Herr Beethoven, qué buenas sus jodidas sonatas tocadas por maese Glenn Gould. Como oyente creo haber alcanzado grandes cotas de placer con todos ellos, pero jamás nadie me enseñó a leer un pentagrama. ¿Cómo? Ahora me entero de que cada alemán lo aprende en el colegio al tiempo que sumar, juraría que en Ítaca alguien debería decir algo. Bien, ofrecidos unos trazos de mi fracasada relación con la Música como ejecutante, aclararé que se afirma que vine a este planeta con cierto buen oído y a día de hoy aún soy capaz de tocar algo coherente en una flauta y una guitarra, gracias a aquel profesor (“Don” José, si no me falla la memoria, un abrazo Maestro si sigue usted entre nosotros) al que formar una especie de rondalla de inútiles con aras de credibilidad fue uno de sus logros junto a unas clases de ¿Física? hoy diluidas con el tiempo. Para quien haya llegado hasta aquí diré sin bostezar diré por fin que de lo que quería realmente hablar es de un saxofón alto. Se llama “Sonora” y lo fabricó un tal Gebruder Monnig – OskarAdler& Co. en la desaparecida República Democrática Alemana (RDA), al otro lado del Telón de Acero. Evidentemente voló con el Muro, no pudo competir con los productos mucho más baratos de Occidente. Cuenta Frau Schick que tienen buena fama de efectivos y que siguen siendo baratos. Éste que tratamos hoy en concreto se cruzó conmigo una temporada de mierda en lo personal y de oscuridad total en lo personal. Después de tres horas encerrado en el idioma de Goethe caminaba quien suscribe por el centro de Madrid y vio uno en un escaparate en oferta. Con las neuronas en aviso de naufragio había decidido que era hora de intentarlo, y que en el peor de los casos quedaría bien en medio de mis cachivaches habituales. Subí, lo pedí ver y el propio vendedor me hizo un examen. Primerizo, ni puta idea…, y me trajo “otro” más barato, “estupendo para empezar”. Nos enamoramos y desde entonces no nos hemos separado. Lo intenté, una y otra vez, semestre sí, semestre no. Y ahora precisamente, entre entrada y entrada al Cuaderno de Bitácora, lo he conseguido hacer sonar, que parece que es lo más jodido, doy fe. La curiosidad, apreciado oxígeno que me envuelve, es que me ha seguido también a tierras del Este en mi viaje sin pausa. Y mira por donde ha vuelto a “casa”, ya que ambos nos hospedamos en el antiguo Este de Berlín, a tiro de piedra de lo que queda del Muro. Y empieza a sonar con dignidad, allá la canción de Casablanca, aquí un Himno de Riego con todo respeto y ahí un intento de Coltrane de una melodía que me ha venido a mi cabeza de trapo y no la localizo. En fin, que siga la Música aunque cualquier novedad brille desde hace años por su ausencia. Lo comercial lo ha digerido todo. En fin, algo llegará en algún momento, Insha´la.
Odiseo.
Odiseo.
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