St. Goarhausen, mit Loreley und Sigfrid
Si la «hechizante» Loreley «de cabello dorado», según la describe el poeta Heinrich Heine, pretendiera aparecer de nuevo por la inmensa roca de pizarra que hoy porta su nombre sobre la minúscula localidad de St. Goarhausen, a orillas del río llamado en este tramo Rin romántico, lo tendría realmente complicado.
A un contundente hotel en el punto más alto del risco, por supuesto con el nombre de la protagonista de una de las eternas leyendas de la región, Auf der Loreley, se le suman otros bares «con vistas» y las consabidas tiendas de baratijas para retener el recuerdo ad eternum. Allí, donde desde un euro, en todo tipo de representaciones y tamaños, envuelta en metacrilato o estampada sobre una moneda de cinco céntimos, uno se puede llevar a casa a la joven que tras su suicidio por amor no correspondido, según cuentan, se tornó en sirena de mal augurio para los marineros que la veían o escuchaban, abocados a las rocas que pueblan estas aguas. Siglos después, tras salvar la vida de otro hombre enamorado, se le concedió la gracia de volver a su condición humana... En algún lugar indeterminado.
Pero una vez repuestos de la pequeña decepción inicial y olvidadas la parca Loreley escultórica que asoma en algún rincón del risco y las máquinas que por un euro cuentan la leyenda con tono levemente metálico -sólo en alemán-, se puede observar una de las vistas más impresionantes sobre este trozo del Rin encerrado entre laderas verdes cuajadas de viñas, pequeños castillos y reminiscencias de viejas leyendas como las de los Nibelungos, reconvertidos en una tetralogía operística por Richard Wagner.
Mientras, abajo en el poderoso Rin pasan sin cesar, río arriba y abajo, los pesados barcos semihundidos en el agua que transportan sus mercancías y que convierten al río en la vía fluvial más importante de la Unión Europea.
Desde Bingen hasta Koblenz, en Renania-Palatinado, la denominación Rin Medio, con su vino blanco Riesling como estrella principal, se suma a las otras regiones productoras más importantes del país y encerradas en su mayor parte en este estado federal. Como el valle del Ahr, Mosel-Saar-Ruwer en el valle del Mosela, Nahe, Rheinhessen y Rheinpfalz.
Todas ellas conforman la denominada Ruta del Vino de Alemania, y convierten a este land en uno «de los pocos donde el vino», con sus características copas transparentes de base color verde, «puede competir dignamente» frente a la sempiterna cerveza de tabernas locales, según nos confirma la rubia camarera del restaurante Kautman en St. Goar.
Pero sin duda la espectacularidad de las viñas que cuelgan sobre el Rin, con pendientes de hasta un 72%, y los pequeños castillos que surgen en cada risco atraparán la vista en cualquiera de los innumerables tours en barco que se ofrecen desde St. Goar, la hermana mayor de St. Goarhausen, situada en la orilla opuesta.
Allí, a través de los altavoces de las embarcaciones, podrá escucharse, de nuevo, la historia de Loreley, mientras se observa el perfil de la roca desde el río y se degusta una bebida incluida en la veintena de euros que cuesta el periplo marinero.
Al sur de St. Goar, muy cerca de la ciudad en la que Gutemberg revolucionaría el mundo con la imprenta, Maguncia, se halla Bingen. En esta localidad, tierra de uno de los mitos medievales en la defensa de los derechos de la mujer, la religiosa y visionaria Hildegarda de Bingen (1098-1179), los roedores tan habituales en las leyendas alemanas (El flautista de Hamelin) son de nuevo los protagonistas en su recia torre medieval de peaje o Mautturm, rebautizada en estos días como Mäuseturm (torre de los ratones).
Según la tradición, en esa construcción los ratones devoraron vivo a un obispo que había mandado quemar a unos campesinos por mendigar granos.
Pero para alcanzar el centro neurálgico del Cantar de gesta de los Nibelungos, hallado en el siglo XII en Suiza y al que se compara el Cantar del mío Cid y el Cantar de Roldan en Francia, habrá que retroceder aún más al sur. En la hoy exageradamente apacible ciudad de Worms se ubicaba en el año 413 la capital del legendario y breve reino de Burgundia, cuya existencia narra a sangre y fuego el poema épico germánico.
En su catedral medieval, donde la presencia de turistas es prácticamente nula, en su Kaiserportal (la puerta del emperador, al norte), actualmente cerrada al público en beneficio de la entrada del sur, se desarrolla una de las escenas cumbre de este Cantar que mezcla leyenda e historia.
Sencilla y con una tabla de bronce sobre su arco, donde se recuerda que el emperador Federico I, más conocido como Barbarroja (1122-1190), otorgó algunos privilegios a la ciudad de Worms, nada hace suponer que ante esa puerta, en una disputa por un simple problema de protocolo, se fraguó el final del reino burgundio. La princesa Crimilda, esposa del héroe Sigfrido y hermana del rey Gunter, pasará a la catedral antes que Brunilda, la mujer del monarca.
Brunilda no lo soportará y, ayudada por Hagen, un caballero de la corte de Gunter que quiere hacerse con el oro de los Nibelungos en posesión de Sigfrido, darán muerte a este guerrero considerado invulnerable por haberse impregnado de la sangre de un dragón que mató. Gracias a un desliz de la propia Crimilda, descubren que el talón de Aquiles del héroe tiene el tamaño de una minúscula hoja que quedó adherida a su cuerpo durante el baño en el líquido vital del gigante alado mitológico.
Tras la muerte de Sigfrido, Crimilda traza una venganza contra su familia que la llevará a casarse con Atila, rey de los Hunos, y a provocar una batalla en el castillo de éste que acabará con la muerte de casi todos los protagonistas en una sangrienta carnicería. Con ello desaparecería su propio reino, Burgundia. Hagen, al borde de la muerte, se negará a revelar donde ha ocultado el oro de los Nibelungos.
El controvertido Wagner, antijudío y opuesto a todo lo que no fuera europeo, se inspirará en esta leyenda para componer su tetralogía El anillo de los Nibelungos, que bajo la premisa de su autor de que la ópera requiere un esfuerzo, tiene una duración literal de cuatro días. Los nazis, por su parte, convertirán a Sigfrido en el ejemplo de las virtudes arias.
El Cantar de los Nibelungos da pie a la ciudad de Worms para celebrar estos días un festival multimedia al aire libre junto a la catedral, en el Kaiserportal, desde el 20 de julio al 5 de agosto. Pero quien se deje caer por la ciudad no podrá desaprovechar la oportunidad de acudir al Museo de los Nibelungos situado dentro de las torres medievales del Fischerpförtchen.
Allí, en un entorno evocador y apoyada por las imágenes de las dos películas dedicadas al mito por el genio del expresionismo alemán Fritz Lang (La muerte de Sigfrido y La venganza de Crimilda), se puede conocer la historia de este poema, suma de muchas leyendas de los pueblos germánicos, dividido en 39 cantos.
A un contundente hotel en el punto más alto del risco, por supuesto con el nombre de la protagonista de una de las eternas leyendas de la región, Auf der Loreley, se le suman otros bares «con vistas» y las consabidas tiendas de baratijas para retener el recuerdo ad eternum. Allí, donde desde un euro, en todo tipo de representaciones y tamaños, envuelta en metacrilato o estampada sobre una moneda de cinco céntimos, uno se puede llevar a casa a la joven que tras su suicidio por amor no correspondido, según cuentan, se tornó en sirena de mal augurio para los marineros que la veían o escuchaban, abocados a las rocas que pueblan estas aguas. Siglos después, tras salvar la vida de otro hombre enamorado, se le concedió la gracia de volver a su condición humana... En algún lugar indeterminado.
Pero una vez repuestos de la pequeña decepción inicial y olvidadas la parca Loreley escultórica que asoma en algún rincón del risco y las máquinas que por un euro cuentan la leyenda con tono levemente metálico -sólo en alemán-, se puede observar una de las vistas más impresionantes sobre este trozo del Rin encerrado entre laderas verdes cuajadas de viñas, pequeños castillos y reminiscencias de viejas leyendas como las de los Nibelungos, reconvertidos en una tetralogía operística por Richard Wagner.
Mientras, abajo en el poderoso Rin pasan sin cesar, río arriba y abajo, los pesados barcos semihundidos en el agua que transportan sus mercancías y que convierten al río en la vía fluvial más importante de la Unión Europea.
Desde Bingen hasta Koblenz, en Renania-Palatinado, la denominación Rin Medio, con su vino blanco Riesling como estrella principal, se suma a las otras regiones productoras más importantes del país y encerradas en su mayor parte en este estado federal. Como el valle del Ahr, Mosel-Saar-Ruwer en el valle del Mosela, Nahe, Rheinhessen y Rheinpfalz.
Todas ellas conforman la denominada Ruta del Vino de Alemania, y convierten a este land en uno «de los pocos donde el vino», con sus características copas transparentes de base color verde, «puede competir dignamente» frente a la sempiterna cerveza de tabernas locales, según nos confirma la rubia camarera del restaurante Kautman en St. Goar.
Pero sin duda la espectacularidad de las viñas que cuelgan sobre el Rin, con pendientes de hasta un 72%, y los pequeños castillos que surgen en cada risco atraparán la vista en cualquiera de los innumerables tours en barco que se ofrecen desde St. Goar, la hermana mayor de St. Goarhausen, situada en la orilla opuesta.
Allí, a través de los altavoces de las embarcaciones, podrá escucharse, de nuevo, la historia de Loreley, mientras se observa el perfil de la roca desde el río y se degusta una bebida incluida en la veintena de euros que cuesta el periplo marinero.
Al sur de St. Goar, muy cerca de la ciudad en la que Gutemberg revolucionaría el mundo con la imprenta, Maguncia, se halla Bingen. En esta localidad, tierra de uno de los mitos medievales en la defensa de los derechos de la mujer, la religiosa y visionaria Hildegarda de Bingen (1098-1179), los roedores tan habituales en las leyendas alemanas (El flautista de Hamelin) son de nuevo los protagonistas en su recia torre medieval de peaje o Mautturm, rebautizada en estos días como Mäuseturm (torre de los ratones).
Según la tradición, en esa construcción los ratones devoraron vivo a un obispo que había mandado quemar a unos campesinos por mendigar granos.
Pero para alcanzar el centro neurálgico del Cantar de gesta de los Nibelungos, hallado en el siglo XII en Suiza y al que se compara el Cantar del mío Cid y el Cantar de Roldan en Francia, habrá que retroceder aún más al sur. En la hoy exageradamente apacible ciudad de Worms se ubicaba en el año 413 la capital del legendario y breve reino de Burgundia, cuya existencia narra a sangre y fuego el poema épico germánico.
En su catedral medieval, donde la presencia de turistas es prácticamente nula, en su Kaiserportal (la puerta del emperador, al norte), actualmente cerrada al público en beneficio de la entrada del sur, se desarrolla una de las escenas cumbre de este Cantar que mezcla leyenda e historia.
Sencilla y con una tabla de bronce sobre su arco, donde se recuerda que el emperador Federico I, más conocido como Barbarroja (1122-1190), otorgó algunos privilegios a la ciudad de Worms, nada hace suponer que ante esa puerta, en una disputa por un simple problema de protocolo, se fraguó el final del reino burgundio. La princesa Crimilda, esposa del héroe Sigfrido y hermana del rey Gunter, pasará a la catedral antes que Brunilda, la mujer del monarca.
Brunilda no lo soportará y, ayudada por Hagen, un caballero de la corte de Gunter que quiere hacerse con el oro de los Nibelungos en posesión de Sigfrido, darán muerte a este guerrero considerado invulnerable por haberse impregnado de la sangre de un dragón que mató. Gracias a un desliz de la propia Crimilda, descubren que el talón de Aquiles del héroe tiene el tamaño de una minúscula hoja que quedó adherida a su cuerpo durante el baño en el líquido vital del gigante alado mitológico.
Tras la muerte de Sigfrido, Crimilda traza una venganza contra su familia que la llevará a casarse con Atila, rey de los Hunos, y a provocar una batalla en el castillo de éste que acabará con la muerte de casi todos los protagonistas en una sangrienta carnicería. Con ello desaparecería su propio reino, Burgundia. Hagen, al borde de la muerte, se negará a revelar donde ha ocultado el oro de los Nibelungos.
El controvertido Wagner, antijudío y opuesto a todo lo que no fuera europeo, se inspirará en esta leyenda para componer su tetralogía El anillo de los Nibelungos, que bajo la premisa de su autor de que la ópera requiere un esfuerzo, tiene una duración literal de cuatro días. Los nazis, por su parte, convertirán a Sigfrido en el ejemplo de las virtudes arias.
El Cantar de los Nibelungos da pie a la ciudad de Worms para celebrar estos días un festival multimedia al aire libre junto a la catedral, en el Kaiserportal, desde el 20 de julio al 5 de agosto. Pero quien se deje caer por la ciudad no podrá desaprovechar la oportunidad de acudir al Museo de los Nibelungos situado dentro de las torres medievales del Fischerpförtchen.
Allí, en un entorno evocador y apoyada por las imágenes de las dos películas dedicadas al mito por el genio del expresionismo alemán Fritz Lang (La muerte de Sigfrido y La venganza de Crimilda), se puede conocer la historia de este poema, suma de muchas leyendas de los pueblos germánicos, dividido en 39 cantos.
Odiseo.
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