Sunday, March 11, 2007

Prenzlauer Berg


Ya lo decía mi abuelita allá en mi cuasiolvidada Ítaca, hijo, cuidado con las sirenas cuando navegues entre mares desconocidos. Y en aquestos sortilegios andaban precisamente enredadas las 13 neuronas y media de nuestro simpar Odiseo cuando el otro día zascandileaba por ese cada día más sorprendente barrio de Prenzlauer Berg. Cualquiera, tú por ejemplo mi inexistente lector, habla mucho de “freaks” como de tipos y tipas que hacen cosas raras. Pero cuando uno se encuentra frente un ser humano que merece el calificativo de “rey de todos los freaks del planeta”, sabe que ha utilizado muchas veces ese apelativo sin fundamento. A lo que vamos, a la acompañante de este personaje de telenovela homérica se le ocurre entrar en una Reiseburö, agencia de viajes para los ausentes, para preguntar por un hotel en otra capital europea más al norte. Ya el ambiente de esta oficina a pie de calle inquieta, demasiado “buenrollismo” de los empleados, demasiadas y pesadas bolsas por nuestra parte, denota que esos dos diligentes empleados se aburrían sin duda en esta mañana de sábado. Pero centrémonos en uno de ellos. Unas bromas previas en dialecto berlinés en el que mis neuronas no dan para más y el “Freak König” que se va soltando hasta límites insospechados. Uno empezaría por su pelo, una suerte de mechones carrupios unidos por la laca de la señorita Pepis o la grasa que desincrusta en un día Mister Proper, algo intermedio quizá. Tal vez continuaría con sus preguntas surrealistas, “¿Ah, Copenhague? ¿Aprovecharéis a comprar un Bang & Olufsen?”, risa de medio lado. Se lía con las fechas, con mi apellido, y cree decirme una palabra en español que aprendió en Mallorca y que juro, pero a mis largos estudios subvencionados por el Estado, aún no he podido descifrar. Como puede hablar tanto alguien sin decir nada, sólo para escucharse hablar. Insisto, se aburría como una ostra siberiana necesitaba afirmar su valía profesional sobre unos clientes. Nos ha tocado, qué le vamos a hacer. Y cada minúsculo detalle lo consulta a mi estoica compañera, conmigo ya se ha rendido y mi atención se ha perdido hace ya rato con la serie de siete relojes colgados en un sitio privilegiado de la parde y puestos en horas tan exóticas como Hannover o de nuevo Palma de Mallorca, capital Berlín, que dijera con sorna “Der Spiegel”. Y el buen Herr Bünder, o algo así, ya es el segundo que se sorprende de mi firma, dos giros enérgicos a contrarreloj sobre una P soportada por un triángulo… cualquiera diría de las Bermudas. “¿Médico?”, y no puedo por menos que decir que sí. Muy cruel defraudarle. Por cierto que el segundo que me vio firmar bromeó diciendo que era “alocada” o “de loco”, tengo que fijarme más en cómo firma la peña por estas germanías. Igual de frías y asépticas como el tópico. Y llega el rien ne va plus del surrelismo reinante, que lo pondrá mi acompañante al sacar un inmenso bollo de merengue de una de las bolsas y liarse a bocados. Nada desentona y un par de porros más tarde permitirá hilvanar este muestrario de sandeces y desatar unas una hora de risas encadenadas.
Odiseo

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