Thursday, November 16, 2006

Deutsche Telekom


Peor que perder la libreta de notas, o que te birlen el bolso o la cartera, o incluso que la usuaria o usuario de tus temporales entrañas te mande a freír espárragos, por ejemplo trigueros. Se trata de generar un poco de angustia, así que... ¿qué tal olvidar en un parque, por ejemplo el Tiergarten, el teléfono móvil? Con todos sus números que jamás pasaste al entrañable y duradero papel. Y una vez que ya tenemos el vello como escarpia en ataque de pánico, y la dosis justa de angustia, he constatado en una encuesta imaginaria con un índice de error imperceptible que lo peor que te puede ocurrir en Berlín es cruzarte con... Deutsche Telekom. ¡Ah! Uno viene de las Españas prefederales y allí piensa que con la madre Telefónica todo es posible. No ineludible lector, doy la razón a quienes afirman que siempre es posible un par de dígitos negativos más. Doy fe; confesadas mis cuitas cada vez con más risas entre la canalla de los 1.000 caracteres, y lo dice un gran canalla, constato que todo el mundo tiene una historia que contar sobre esa bendita compañía que nos ha hecho llorar a justos y pecadores como cuando mataban a la madre de Bambi. Menudo sofocón. Hasta tal punto que caes en la cuenta de que siempre podía haber sido peor, e incluso sonríes al recordar que has ganado fama de pupas electrónico en el ignorante y peligroso Más Allá. Llegué a esta mi nueva ciudad en medio de una diabólica carambola del destino que unió a un par de virus troyanos en mi cubículo imperial de Reinhardtstrasse, a Deutsche Bank y a Deutsche Telekom, todos a la par y con alevosía. De la noche a la mañana mis cuentas desaparecieron, mi Torre en Kreuzberg no tenía teléfono y en mi despacho olímpico dos birrias de bytes mal encadenados me la tenían jurada. A estos últimos los anduve cazando un par de meses, hasta que les volé la cabeza en un despiste. Una semana más me costó el genocidio de toda su descendencia. A ambos los he guardado cual trofeo, disecados. Pero a lo que iba. Alguno creerá ingenuamente que es la Puerta de Brandemburgo el lugar que más he visitado en Berlín. No. Las cervecerías. No. El Deutsche Punkt de DT (abreviaremos, lo he de citar bastante aún) de la Friedrichstrasse. Diana. En los tres meses mal contados que pululo por estas calles la media es de dos veces a la semana, cuando no tres. Y me los conozco a todos quienes allí trabajan, primero hablando en la lengua del imperio, luego en el suahili local. A tus pies, Christine, una alegría estética en rubio casi blanco. Todos ellos consumados toreros con muy creíbles capotazos dilatadores. Un mes y medio tardé en tener Anschlus, y en otro mes más, Internet. Apasionantes estas lides. De repente, oh divinos dioses, a DT se le ocurre cambiar su sistema de internet y resulta que he debido recibir unas nuevas claves de acceso para mi cosmódromo. No. Adiós ciberespacio laboral. Y las claves no me las da la dulce y sonriente Christine, ni el desagradable de Tomas. Cinco semanas la misma cantinela. Se las enviaremos, las claves, por correo ordinario. La segunda o tercera compañía de telecomunicaciones de Europa, por carta. Y no las tienen en el ordenador. No. Cinco veces siete. Una de las cuales semanas viví entre nacionalistas en Hungría y la otra en un cibercafé de Hasenheidestrasse, un capuccino por favor, por qué si odio los capuccinos. Y otro. Y unos cuantos en siete días. Hasta los baudios de canela, he aquí que obtengo la libertad condicional en forma de ADSL en mi Torre. Tres semanas sin despacho, tres semanas trabajando en pantuflas. He de confesar que pensé en poner una bomba, al menos fétida, en el D-Punkt de las narices. Y ahora, casi cuatro meses más tarde todo funciona, técnico de a 50 euros mediante en el despacho cuadrangular. Estoy por rezar al dios que esté de oferta para que esto continúe durante al menos un mes. Tranquilo. Normal. Por qué me has abandonado, padre Zeus. Valga de ejemplo devoto.


Odiseo










Friday, November 10, 2006

Einsteigen bitte

Antañazo lo fueron los mercados populares, con sus vendedores de gruesos dedos y largos delantales blancos. “¡ajitos pa´l reúma, limones pa´l mareo!”, que corea incansable desde mis catacumbas infantiles aquel frutero minúsculo de Prosperidad, mis escasos ocho años de vida agarrados de la mano por mi abuela republicana, “que no te has ido Alfonso XIII, que te hemos echado”. De acuerdo, también servían las casas de devoto lenocinio y los parques públicos. Hoy la cosa se ha ampliado bastante, con aquello de “personalizado” entre millones de “personalizados”. Pero sin duda es el metro, aquí unos amigos, U-Bahn y S-Bahn -el primero subterráneo, el segundo como un tren en medio de la ciudad-, el más válido método de examinar discretamente (y barato) a una sociedad. Pero Einsteigen, bitte, al excelente metropolitano berlinés. Y cuidado, porque aquí algunos ceden su plaza cuando llega una linda ancianita, es una epidemia. O una embarazada. Lo que tiene ser un pueblo educado, o al menos a primera vista. Y será cosa de la edad, pero aquí los vagones vienen con más frecuencia o son más anchos. Y sorpréndete apreciado e hipotético lector madrileño, aquí la gente habla a través de sus móviles entre estación y estación, Südstern, Gneiseausstrasse, Meringdham, Hallesshe tor, Kochstrasse, Französichstrasse... No en este orden, y seguro olvido alguna, malditas 23 neuronas. El caso es que no paran de hablar, escribir y ver fotos en sus cacharros, benditos y malditos, bajo tierra. Es decir, como en mi propia ciudad. Sólo que allí, en la lejana Magerit, las lineas de metro son muy profundas y no hay aparatitos que valga. Habrá alguna explicación geológica a la pregunta que se me ocurre. Y aquí comen, como ya conté a la nada algunas entradas más abajo, en todo momento. Y cosa que me ha llamado varias veces la atención, beben, de oscuras botellas de cerveza, y gente de lo más normal del mundo, y a horas nada intempestivas. Y no he percibido que nadie se sienta incomodado. Y en eso de percibir, aclaro, yo soy un derrotado. Envuelto en lances amorosos vi desterrada la posibilidad ficticia de convertirme en espía denostado por una voz autorizada y crítica respecto a mi escasa atención al entorno, un día perfecto de vacaciones en Formentera. Lo juro, no seguído los movimientos de los dieciséis o diecisiete que estábamos desperdigados en una deliciosa cala. Culpable. Surrealismos aparte, en el metro se meten bicicletas, te lo juro por cualquier santo. Hasta dos por vagón, todo está calculado, hay carteles. Claro que arrastrar un biciclo por escaleras debe ser materia algo engorrosa, así que tendrá su lógica, no lo dudo. Y antes del postre, qué decir de esas parejas de adolescentes, ellas y ellos, que charlan animadamente cada uno con cada cual pero que uno de ellos lleva unos delatadores auriculares blancos en las orejas donde resuena un rock metálico y apabullante. Mis saludos a semejantes habilidades, del todo asombrosas. Ya para finiquitar, dejo lo mejor, quizás la que más me gusta de estos Bahn. Aquí la multiculturalidad existe, no hablo de Alemania, hablo de Berlín. En los vagones hallas igual teutonas hijas de Thor, pasando por asiáticas púberes, Sherezades de origen turco pero tan alemanas como las anteriores, al menos para mí, y a su lado las de kopftuche, a quienes retomaré cuando hablé de mi pequeña Estambul, con horribles pañuelos de colores a la cabeza –tiene que haberlos más bonitos, ahí queda como propuesta- y largos abrigos a veces ocultando seductoras formas. Interesante debate, en serio, pero debe primar el individuo posvoltaire, siglo XXI, uno y uno son dos. Olvidaba a las indias latinoamericanas, que me saben a Amazonas y no he estado ahí en mi vida, lo confieso. Cosas de la imaginación calenturienta. Pero antes de aussteigen y hasta más ver, apenas mentar a esa figura que aparece en cualquier momento para buscar incautos e infractores. Sospecha de cualquiera, ya que uno de los que te rodea, una de cada 10 veces, es un revisor, Y aunque parezca que vive bajo un puente o toca en una banda de rock and roll de la tercera edad, se levantará carnet en mano escupiendo unas palabras que suenan a Gestapo y no consigo materializar.. Sólo en un caso una señora muy ama de casa de postal proletaria, y en otra una frágil damisela de media pluma. Y en todos los casos, educación, y gracias. Aquí se agradece todo. Y si piensas visitar esta tierra del corazón de Potsdam no olvides que además de comprar tu billete, lo has de entwerten. No “validar”, sino “cancelar”, picar para que nos entendamos. Vocablos de mentes racionales. Porque si te lo pilla el tipo extraño de la identificación en la mano te sacará del vagón –con cara de sospechoso- en la primera estación que haya y te requerirá 40 euros. Y no sirve discutir, no está “cancelado” y se terminó. 40 euros. Y ya te cuesta hablar como para andar filosofando. Sí, lo confieso, soy de los incautos. me multaron por viajar sin billete “cancelado”, un criminal. Necesito mejorar como ser social, como cada uno del resto de mis días. Zurrück bleiben.


Odiseo




Tuesday, November 07, 2006

Fünfzig


El listón estaba alto, lo colocaría en un 7 en la escala que lleve estos asuntos. Seguro que la hay y si no deberíamos inventarla para la ocasión. Una tarde, ya de anochecida, muy poca gente cerrando las últimas tiendas para alpinistas de ocasión en la ciudad de Katmandú. Un grupo de adolescentes a los que sólo puedo distinguir por el color de sus ropas se arremolina [puedo asegurar a propios y extraños que jamás había utilizado este verbo, pero de repente lo he necesitado y ahí estaba] en una esquina, apartada de la plaza que se asemeja a una desordenada manifestación de templos religiosos, unos pegados a los otros. Sólo faltan las pancartas. Uno de ellos susurra una palabra, la misma que otra camiseta dejara caer distraída tres o cuatro horas antes, en algún lugar semejante de esas calles todas iguales, sólo que en viaje de ida. Y a uno, de repente, le apetecen unas risas en un país donde la Muerte es como el paso del turista, habitual, y se lava y quema en el río, a la Muerte, no al turista, a la vista de todos. Y se retrasa de la compañía, el uno, disimuladamente, y negocia a señas en inglés. Ese “uno” no es sino el otro Odiseo, el que no logró regresar del Hades, y el que se inclina levemente ante sus ojos en estas palabras encadenadas en líneas. Y bien, años depués, nos hallamos en otra ciudad, en otro continente, con un enrrevesado idioma de por medio, y un Uno-Odiseo al que hoy también le apetece reír. Y un plan A que se viene abajo y hay que recurrir al B, que no aparece. Pero como uno es así, obsesivo en lo de sobrevivir sin mayores motivos, hoy hay hasta un Plan C. Una palabra cogida al viento de una conversación hace ya un mes. Mis 23 neuronas en pie de guerra intentando darle un orden en el espacio de las cosas. Y de repente se hace la luz. Vivo a un centenar de metros de un parque enorme. Ahí radica la palabra mágica. Y de noche, apenas un alma en ninguna parte, me adentro en el mar de árboles negros. Y casi inmediatamente dos ciudadanos a los que el adjetivo siniestro les queda a la altura del calcetín acuden de la nada oculta de un matorral. La tercera es la opción correcta. Educados y discretos, todo muy alemán pese a que su rostro les delata. Así pues, un parque solitario y desconocido en la noche, un idioma criminal y dos sucursales teutonas de la mafia marsellesa. Merece un 7,5. Y unas risas de propina.


Odiseo




Friday, November 03, 2006

Die deutscher

Me pregunta mi “McGyver” favorito cómo son las mujeres de estas tierras. ¿Cómo son las alemanas? Es de cajón que la excusa de que acabo de saltar en paracaídas marca ACME sobre estos territorios norteños y que mi conocimiento del tema es parco a la par que meramente visual no le satisface. Así que le respondo a la gallega: ¿Cómo son las españolas? Cara de póker, la intuyo al otro lado del messenger. He oído extensas disquisiciones y proclamas al respecto procedentes de los eruditos, dicen, más acreditados. Papel mojado. He topado con muchas, y aún tendré el placer, si Confucio, el PP y ciertos divertículos insurgentes no la joden, de trabar conocimiento con alguna que otra más, dialéctica o incluso científicamente hablando. Y puedo decir a mis años... Mejor obviar este extremo. Simplemente aseveraré que me veo capacitado a grabar en piedra con martillo y escoplo, cual tabla sagrada, la siguiente máxima: jamás he conocido a dos españolas iguales. Así pues, valiente lector, qué decir de las féminas de aquestos lares. Absolutamente nada, salvo pelusilla banal de la que te encuentras en el interior del bolsillo del pantalón. Frías (lo dudo), calculadoras (de eso también hay en el terruño), racionales (¿por qué no?), distantes (hay miradas que apuestan por lo contrario), de cuartos traseros prominentes (no necesariamente), rubias (y morenas y pelirrojas de ojos verdes), de piel traslúcida (casi que sí, la meteorología no perdona, pero viva la primavera)... Los tópicos, queridos, para mojar en el café con leche y dos de azúcar, para poco más sirven. ¿De Berlín, del Este, del hanseático norte, de la católica y verde Baviera, con sal y pimienta otomana, de reminiscencias polacas o rusas...? Como se verá, el acotamiento es arriesgado y simplista. Temo que este asunto lo tendré que ampliar más adelante, cuando el idioma no me suponga una barrera infranqueable y conozca alguna indígena más. O quizás nunca. Pero como ya se vislumbró cuando hablé de las bicicletas, confieso que me han sorprendido agradablemente. Quizás ya lo hicieran antes, pues con alguna que otra me topé en aquellos días de mochila y sándwich de atún con mayonesa allende los Pirineos, billete de interraíl pelao y hoy no tengo dinero ni para dormir, parada y fonda en Victoria Station con “bobbies” jodiendo la marrana. Todo un gustazo una charla con alguien de aquel otro lado, cuando los de esta ribera , ni ellos ni ellas, osaban viajar de aquella guisa y dos duros en el bolsillo. ¿Estás loco? Pues todo para mí. Pero sí que reseñaré un tipo de alemana, maldita la manía de catalogar, a la que me gusta observar en el metro –un tema éste, el U-Bahn y el S-Bahn, que desarrollaré otro día- o en bicicleta o en una terraza. Quizás yerre y los tiempos hayan ya cambiado en la piel de toro, insha´la, pero frente al topicazo del españolito individualista, la experiencia me dice que los peninsulares, y mucho más “las” peninsulares, son muy de hacer las cosas acompañadas, la necesidad grupal o gremial, si se me apura, y si no, ni me molesto, menudo coñazo ir al cine solo si no me acompaña nadie, o sentarme a leer en un parque o un café, solo, porque sí, o viajar por el mundo con una mano delante y otra detrás y hambre de aprender cosas diferentes y no necesariamente peores. Se me va la olla, lo presiento. A lo que íbamos, tal vez tenga ya una percepción demodé de mi tierra, pero juraría que aquí en las Germanías a la gente le importa menos ir sola a los sitios, y se suelen ver mujeres talluditas o no, de ojos prometedores, sin miedo a que les cataloguen de solitarias. Pero ya digo, es pronto o demasiado tarde para tratar de escribir un memorándum algo más serio sobre la mujer alemana, y no creo que lo consiguiera ni en un millón de años, que no los tengo. Tampoco lo confeccionaría sobre las españolas, y las tengo algo más tratadas. Además odio las categorías y clasificaciones humanas, me gusta pensar que cada hijo de vecino está fabricado de su propia pasta. Iluso que es uno. Y si para seguir adelante hay que mimetizarse con el panal, mejor me dejo de tonterías y me largo al cine, solo, que estrenan “Ein freund von mir” con el actor de “Good bye Lenin”, Daniel Brühl.

Odiseo.