Einsteigen bitte
Antañazo lo fueron los mercados populares, con sus vendedores de gruesos dedos y largos delantales blancos. “¡ajitos pa´l reúma, limones pa´l mareo!”, que corea incansable desde mis catacumbas infantiles aquel frutero minúsculo de Prosperidad, mis escasos ocho años de vida agarrados de la mano por mi abuela republicana, “que no te has ido Alfonso XIII, que te hemos echado”. De acuerdo, también servían las casas de devoto lenocinio y los parques públicos. Hoy la cosa se ha ampliado bastante, con aquello de “personalizado” entre millones de “personalizados”. Pero sin duda es el metro, aquí unos amigos, U-Bahn y S-Bahn -el primero subterráneo, el segundo como un tren en medio de la ciudad-, el más válido método de examinar discretamente (y barato) a una sociedad. Pero Einsteigen, bitte, al excelente metropolitano berlinés. Y cuidado, porque aquí algunos ceden su plaza cuando llega una linda ancianita, es una epidemia. O una embarazada. Lo que tiene ser un pueblo educado, o al menos a primera vista. Y será cosa de la edad, pero aquí los vagones vienen con más frecuencia o son más anchos. Y sorpréndete apreciado e hipotético lector madrileño, aquí la gente habla a través de sus móviles entre estación y estación, Südstern, Gneiseausstrasse, Meringdham, Hallesshe tor, Kochstrasse, Französichstrasse... No en este orden, y seguro olvido alguna, malditas 23 neuronas. El caso es que no paran de hablar, escribir y ver fotos en sus cacharros, benditos y malditos, bajo tierra. Es decir, como en mi propia ciudad. Sólo que allí, en la lejana Magerit, las lineas de metro son muy profundas y no hay aparatitos que valga. Habrá alguna explicación geológica a la pregunta que se me ocurre. Y aquí comen, como ya conté a la nada algunas entradas más abajo, en todo momento. Y cosa que me ha llamado varias veces la atención, beben, de oscuras botellas de cerveza, y gente de lo más normal del mundo, y a horas nada intempestivas. Y no he percibido que nadie se sienta incomodado. Y en eso de percibir, aclaro, yo soy un derrotado. Envuelto en lances amorosos vi desterrada la posibilidad ficticia de convertirme en espía denostado por una voz autorizada y crítica respecto a mi escasa atención al entorno, un día perfecto de vacaciones en Formentera. Lo juro, no seguído los movimientos de los dieciséis o diecisiete que estábamos desperdigados en una deliciosa cala. Culpable. Surrealismos aparte, en el metro se meten bicicletas, te lo juro por cualquier santo. Hasta dos por vagón, todo está calculado, hay carteles. Claro que arrastrar un biciclo por escaleras debe ser materia algo engorrosa, así que tendrá su lógica, no lo dudo. Y antes del postre, qué decir de esas parejas de adolescentes, ellas y ellos, que charlan animadamente cada uno con cada cual pero que uno de ellos lleva unos delatadores auriculares blancos en las orejas donde resuena un rock metálico y apabullante. Mis saludos a semejantes habilidades, del todo asombrosas. Ya para finiquitar, dejo lo mejor, quizás la que más me gusta de estos Bahn. Aquí la multiculturalidad existe, no hablo de Alemania, hablo de Berlín. En los vagones hallas igual teutonas hijas de Thor, pasando por asiáticas púberes, Sherezades de origen turco pero tan alemanas como las anteriores, al menos para mí, y a su lado las de kopftuche, a quienes retomaré cuando hablé de mi pequeña Estambul, con horribles pañuelos de colores a la cabeza –tiene que haberlos más bonitos, ahí queda como propuesta- y largos abrigos a veces ocultando seductoras formas. Interesante debate, en serio, pero debe primar el individuo posvoltaire, siglo XXI, uno y uno son dos. Olvidaba a las indias latinoamericanas, que me saben a Amazonas y no he estado ahí en mi vida, lo confieso. Cosas de la imaginación calenturienta. Pero antes de aussteigen y hasta más ver, apenas mentar a esa figura que aparece en cualquier momento para buscar incautos e infractores. Sospecha de cualquiera, ya que uno de los que te rodea, una de cada 10 veces, es un revisor, Y aunque parezca que vive bajo un puente o toca en una banda de rock and roll de la tercera edad, se levantará carnet en mano escupiendo unas palabras que suenan a Gestapo y no consigo materializar.. Sólo en un caso una señora muy ama de casa de postal proletaria, y en otra una frágil damisela de media pluma. Y en todos los casos, educación, y gracias. Aquí se agradece todo. Y si piensas visitar esta tierra del corazón de Potsdam no olvides que además de comprar tu billete, lo has de entwerten. No “validar”, sino “cancelar”, picar para que nos entendamos. Vocablos de mentes racionales. Porque si te lo pilla el tipo extraño de la identificación en la mano te sacará del vagón –con cara de sospechoso- en la primera estación que haya y te requerirá 40 euros. Y no sirve discutir, no está “cancelado” y se terminó. 40 euros. Y ya te cuesta hablar como para andar filosofando. Sí, lo confieso, soy de los incautos. me multaron por viajar sin billete “cancelado”, un criminal. Necesito mejorar como ser social, como cada uno del resto de mis días. Zurrück bleiben. Odiseo |
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