Monday, December 17, 2007

Fritz Lang


Debo confesarlo, este vuestro ávido y contumaz consumidor de cine tenía una pequeña laguna con uno de los más grandes directores que han pasado por este cachito de Universo, el alemán de origen austriaco Fritz Lang (1890-1976). Pero héteme aquí en estas gélidas tierras del Norte, decidido a ponerme al día con la cultura alemana que no llega habitualmente a Ítaca, en una inmersión que no excluye a los clásicos, más bien los analiza detalladamente de reojo y casi 100 años más tarde. Y gracias a la gran biblioteca infinita y siempre sin acabar imaginada por Borges, hoy hecha realidad gracias a internet, no hay problema para llevar a buen puerto mis ínfulas. Y para comenzar, nada mejor que sus tres obras inmortales, “Metrópolis” (1927), Los Nibelungos (1924) y “M. El vampiro de Düsseldorf” (1931). Tras visionar la primera, Odiseo sigue contando con “Blade Runner” (1982) entre las más grandes, aunque los decorados no sean sino una actualización de aquellos ideados por el alemán. Tras la segunda, despacio y sin indigestiones, que son 6 horas en dos piezas, a uno le sorprenden los medios con que contó la película y que aún hoy sea capaz de emocionar. Y sin decir una palabra. Esta película estaba entre las pendientes, después de que este verano, zascandileando entre mitos y el río Rin, recalé en Worms. Allí se inicia uno de los grandes mitos trágicos germanos, los Nibelungos, donde corren ríos de sangre por una disputa entre dos mujeres, dos reinas, a ver quién entra primero en la catedral. Mis queridas Víboras quedan a la altura del betún ante tamaña maldad y bocas, las de ambas. Y llegamos a la tercera, donde en una sobrecogedora pieza maestra del expresionismo germano nos sorprende aquel simpático y oscuro Peter Lorre, delicioso segundón en mitos como “Casablanca” o “Arsénico por compasión”. ¿Alguien sabía que nació en Hungría y fue actor “fetiche” de Betolt Brecht en la Alemania pre-Adolfo? Sorprendente. Bien, poco más queda, sólo animar a aquellos felices seres que pueden prescindir unas horas de su vida social y gusten de observar “reliquias”, que se atrevan con el Lang anterior a esas joyas del cine negro como “Furia” o “Sólo se vive una vez”. Con paciencia, claro está, en el caso de Sigfrido, Krimilda y Brunilda. Por cierto, quien suscribe goza de la “suerte” de tener casi más de 35 y de haber podido dar rienda suelta a su hambre de cine en la TVE de Felipe González. No sé si os acordáis de que reponían casi a diario clásicos de esos que te quedabas sólo viéndolos, con la familia ya en el sobre desde hacía horas. Sin entrar en consideraciones aledañas, ¡viva Pilar Miró!
Odiseo.

Tuesday, December 04, 2007

Der Streit


Cualquier ciudadano de esa cosa terrenal sobre la que flotamos debería comprender que nuestro cerebro se anega fácilmente de tópicos que estallan casi al 100% cuando uno deja atrás el terruño. Con los pueblos de las Germanías a este itaqueño le ocurre a cada poco. La candela se extiende a propósito de una anécdota que llegó a mis oídos hace unos días, con la que me he montado una película que téngote a bien contar, seas quien seas. La ubicación sería una calle en obras con el 40% del espacio de tránsito inutilizado y un camión que decide justo en ese momento, hay que ver, descargar sus productos. El paso queda reducido al 23 o 24%. Y a ambos lados de la acera se acercan cual locomotoras dos mujeres alemanas. La primera apenas mide 65 centímetros y empuja un carrito de bebé. La segunda roza el 1.80 y hace lo propio con una bicicleta. La del vástago queda mirando un escaparate y bloqueando el escueto paso. Como uno podría imaginar, la propietaria de las ruedas pide amablemente a su vecina de asfalto que aparte el vehículo infantil. La otra, sin la mayor sorpresa, recrimina legalmente que no se puede “circular” sobre un biciclo. La aludida argumenta que en ese momento es una peatona de tomo y lomo. Y de repente el estándar de educación y máximo respeto que uno tenía asumido en estas tierras se va simplemente al carajo. Y entonces uno recuerda lo que sentía el genial Woody al escuchar a Wagner, y sabe que todo es posible. Sin augurio posible la tensión revienta y la pequeña fémina reacciona agresivamente. No contra la enemiga, no. Sino contra su propiedad. El faro de la bicicleta será arrancado de cuajo y lanzado violentamente contra el suelo. El gigante teutón podría arrancar a su vez la cabeza a la oponente, pero en su lugar le arrebata las gafas y las pisotea contra el suelo. La respuesta de la hormiga atómica es intentar quitar el bolso a la primera para que le pague las lentes. Lo siguiente son varios ciudadanos llamando al orden, y alguien incluso a la policía, que llega a los pocos minutos, toma declaración y anuncia que ya les llamará el juez. Según se entera uno más tarde, por cierto, ambas son abogadas y han decidido convertir el asunto en un “casus belli” flagrante con largos alegatos judiciales. En Ítaca, quizás, la cosa se habría cerrado mentando a la madre de cada una y lanzando deposiciones imaginarias sobre la larga ristra de antepasados. Un par de amagos de “te voy a…” habrían sido tolerados como parte del espectáculo. Aunque no creo que llegaran a las manos. Y menos a un juzgado.
Odiseo.