Monday, July 23, 2007

Strassbourg


Primero una frase en francés y luego la misma repetida en alemán, un cura se desgañita bajo una pequeña carpa hablando de las “mil caras” de Dios dependiendo del lugar del mundo desde el que se le rinda culto, “de esperanza, de alivio, defuturo...” La concurrencia, católicos y protestantes de ambas orillas, reunidos por sus parroquias en un acto estival conjunto, conforman apenas una cincuentena de personas de mediana edad dispersos entre muchas sillas vacías. La mayoría atiende a la charla con cierto aire de aburrimiento mientras sus miradas se escapan involuntariamente al otro lado del parque, cruzando el río Rin, en Estrasburgo, ya Francia. En Kehl, Alemania, en esta ribera del “Jardin de Deux Rives” o “Garten der zwei Ufer” (el Jardín de las Dos Orillas) algunos creyentes han optado discretamente por acudir a una furgoneta-bar anexa a la carpa, instalada por la organización, donde atendidos indistintamente en las dos lenguas pueden degustar las delicias culinarias alsacianas. Salvo por un detalle: “No se vende alcohol”. Para paladear los afamados vinos y cervezas de ambas regiones vecinas, los más atrevidos o menos practicantes deberán desplazarse apenas un centenar de metros río arriba hasta el “Strandbar” (bar de playa) cercano, a rebosar de gente más joven instalada en cómodas hamacas sobre mullida arena y sumergidos en indistintas conversaciones en ambos idiomas. Todo ello apenas a unos minutos en autobús de la vorágine turística de la “Ciudad de los caminos” y segunda capital de la Unión Europea (UE), Estrasburgo. Apenas a unos metros del puente Corbeau, desde el que los condenados a muerte eran lanzados al L´Ill, afluente del Rin, y frente al antiguo edificio de la aduana, reconvertido en un mastodóntico restaurante para visitantes de temporada del que los “habituales”de las instituciones europeas recomiendan huir, se debe aguardar con paciencia el 21 y soportar las estrecheces de una línea que cada día transporta a miles de trabajadores, en su mayoría inmigrantes, de un lado a otro de la frontera. Inauguradas en 2005, las 50 hectáreas del Jardín de las Dos Orillas han sido diseñadas por el paisajista alemán Rüdiger Brosk, y unidas por una vanguardista pasarela doble rubricada por el arquitecto francés Marc Mimram, que se puede recorrera pie o en bicicleta, y donde no se ha olvidado a los discapacitados en silla de ruedas en su recorrido. Ambos lados del río, asimismo, son una muestra de arte contemporáneo y allí podemos encontrar entre el césped, las fuentes y los árboles esculturas de Andrea Blum, Akio Suzuki, Tadashi Kawamata, Philippe Lepeut y Sylvie Blocher. Para los políticos de ambos lados el parque es el símbolo definitivo de la reconciliación de las dos orillas tras un difícil pasado. Como botón de muestra sólo decir que Estrasburgo, sede del segundo mayor puerto sobre el Rin después de Duisburg (Alemania), llegó a cambiar hasta cinco veces de manos entre 1870 y 1945 y durante la II Guerra Mundial fue alcanzada por los bombardeos de los aviones aliados, lo que provocó daños en su ineludible Catedral de Nôtre Dame (1015). “Es muy agradable vernos a todos juntos paseando sin importar de qué margen del río procedes”, nos asegura desde uno de los numerosos bancos de madera del sector alemán Martha, una simpática octogenaria de sonrisa contagiosa que vive en Kehl. “Ya hemos pasado demasiadas desgracias”, añade. Sin embargo, minutos antes en el “Strandbar” es Günther quien aporta su grano de arena realista. “¿Reconciliación? ¡Pero si estamos ya en el siglo XXI! Europa, ¿recuerdas? Aquello, la guerra, es el pasado ya olvidado”. Aunque con una estructura supuestamente circular, el Jardín de las Dos Orillas es la demostración fehaciente de que Estrasburgo, durante décadas tras la II Guerra Mundial, ha vivido de espaldas al Rin, pesea alojar en su suelo desde 1920 la Comisión Central del Rin, heredera de una de los acuerdos europeos más antiguos, la Convención de Manheim de 1968, por la que se otorgaba a las aguas de este río un carácter de “internacionales”. En el sector alemán, las viviendas de Kehl asoman apenas a un centenar de metros de la orilla, mientras que en el estrasburgués brillan por su ausencia, lo que hace que el espacio de parque sea visiblemente mayor en el lado francés. Es por ello que la mayor parte de los espectáculos veraniegos y conciertos que se han hecho ya tradicionales en verano se lleven a cabo en la ribera de este país. Así, al festival de circo actual (“Jeux de piste”) que se pudo ver en julio, se suman los conciertos diarios de La Guinguette, de música clásica y jazz, y dos citas los 18 y 19 de agosto con el grupo Sokan, que ya triunfó el verano pasado con una añorada actuación sobre la pasarela. Para este año los músicos africanos han hecho un llamamiento a todo el que posea un instrumento de percusión a ambos lados del río para que acudan a tocarlo a sus espectáculos. Para celebrar la inauguración, el pasado 10 de junio, de la línea de ferrocarril de alta velocidad desde París, que lleva a Estrasburgo en dos horas y veinte minutos, la dirección del parque inauguró los“Jardines de las Maravillas”, un concurso de pequeñas piezas vegetales con firma de autor que dejan con la boca abierta al mayor neófito. Así, en el lado francés se pueden ver desde minúsculas vegetaciones propias de desiertos hasta las apuestas más innovadoras, con juegos de luces y sonidos, o incluso con sillas y mesas del tamaño de Gulliver. A la caída de la tarde, cuando se reduce la presión “turística” de la ciudad, es recomendable regresar a disfrutar de Estrasburgo, una ciudad que dedica el 20% de su presupuesto a la cultura y que compite como candidata para Capital Europea de la Cultura en 2013. No en vano su centro histórico es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1988. Porque la ciudad, para extrañeza de muchos, es algo más que una de las sedes del Parlamento Europeo, la central de la Asamblea del Consejo de Europa, del Eurocorps, el Observatorio Europeo del Sector Audiovisual y del Tribunal de Derechos del Hombre. Aviso para navegantes: para visitar la Catedral a diario no olvidar los horarios de la misa católica, será uno de los pocos momentos, salvo en los conciertos programados para el verano, en los que se podrá escuchar una de sus maravillas menos citadas en las guías de viaje, el impresionante órgano. Y por la noche, al ritmo de piezas de música clásica, un curioso juego de luces sincronizado sobre la fachada y su torre de 142 metros. Huyendo de este saturado entorno de la Grand Île (gran isla), rodeada por el río L´Ill, a cualquier hora del día nada mejor que acudir a la Pequeña Francia, con sus puentes móviles y su curioso sistema de presas para nivelar los canales al paso de losbarcos, y que en su día se utilizaron para instalar innumerables molinos. Allí, los estómagos más endurecidos podrán acometer un demoledor “Choucrout” a la caída de la noche o deleitarse con una saciante “Tarte flambée”. Pero como avisa una de las trabajadoras de la Oficina de Información Turística de la Plaza de la Catedral, estas últimas “están hechas para los turistas, nada que ver con las de verdad”.
Odiseo.

Tuesday, July 17, 2007

Basel


“Si bajas del barco y metes el dedo en esta parte del río, estarás mojándolo en aguas internacionales. Si lo haces al sur del último puentede la ciudad, serán aguas territoriales suizas”. Desde la hamaca, Sabina, abogada de 34 años, suiza de segunda generación con un indiscutible aire italiano, remueve distraídamente su mojito, el rey de los cócteles en “Das Schiff” (el barco), mientras contempla desde la cubierta un espectáculo de una única sesión al día, la caída del sol. Acompañado por la suave música electrónica que se escucha en esta privilegiada terraza frente a un río Rin que ya perdió su aire montañoso y se ha hecho navegable, el sol bañado en colores naranjas y rojos y semioculto por unas lejanas nubes se marcha en el horizonte tras las bonitas casas suizas de la otra orilla, blancas y puntiagudas y con las persianas de madera de distintos tonos. A la izquierda, amenazadoras, las altas chimeneas de las industrias químicas y farmacéuticas de Basilea, el motor económico de la ciudad, y a las que cada día acuden atrabajar 30.000 alemanes y franceses de las vecinas fronteras. A la espalda, tras un breve montículo, centenares de enormes contenedores apilados junto a una gigantesca grúa. Es el puerto, el único de Suiza y la conexión fluvial con el Mar del Norte. Y a los pies, con un leve tono café con leche y una sorprendente fuerza, el río Rin, Rhein para los suizos de habla alemana, Rhin para los francófonos. El “invento”, “Das Schiff”, una embarcación reconvertida en terraza, discoteca, sala de conciertos, restaurante y sala de exposiciones, fue inaugurado en 2005 y es una de las puntas de lanza de la nueva Basilea lúdica y noctámbula que lucha en los últimos años por sacudirse la imagen de tranquilidad, fiabilidad y cierto aburrimiento que acompaña a casi todo lo suizo, dentro de una ciudad de casi 200.000 habitantes encajada entre Alemania y Francia y que ha logrado un perfecto equilibrio entre tradición y vanguardia. A la modalidad “terraza y música electrónica convistas al Rin” ya se han apuntado el “Capri bar”, en el propio puerto, el Veronica en el barrio de St. Alban, el más antiguo de Basilea, y el Cargo bar, bajo el céntrico puente de Johanniterbrücke. “No es el Támesis ni el Sena, es el Rin”, masculla en la hamaca vecina Erik, completamente hundido y con gafas de sol, embobado en el atardecer. “¿A que resulta curioso hasta para un español?”, pregunta sin respuesta. La paz de la cubierta se romperá a partir de las 23.00 horas con la actuación en directo, dos plantas más abajo, de una selección de D.J.´s llegados de Austria, entre ellos D Fab J y Mad B. Unos cuantos amantes infatigables del “dolce far niente” y el ruido moderado, sin embargo, mantendrán sus posiciones frente a la brisa que llega del Rin. Entre ellos, Sabina y Erik, con una segunda ronda de mojitos. Para llegar a esta alejada esquina del río hay que tomar uno de los puntuales tranvías verdes y amarillos del servicio de transporte público de Basilea, considerado de entre los mejores del mundo. En este caso, el número 8, desde la Markplatz de la Grossbassel (orilla sur), el centro neurálgico de laAltstadt (ciudad vieja), bajarse en la última parada en Kleinhüningen, en la Kleinbassel (norte) y aún caminar un buen trozo por calles limítrofes y un tanto sórdidas hasta toparse con el río. Pocos cientos de metros más allá ya es Alemania. Y si en el codo que forma el Rin a su paso por Basilea, uno se adentra en las calles de la Grossbassel, se repente se puede llegar a Francia. Dehecho el aeropuerto (a 5 kilómetros del centro) está en territorio de este país. Y en la ciudad podemos encontrar hasta tres estaciones de trenes, una que conecta con Suiza y otras dos con los ferrocarriles de los dos países vecinos. Es quizás esta particularidad la que da un aire cosmopolita y multicultural a los aborígenes de esta ciudad de mayoría protestante, en la que un camarero de la peatonal Steinenvorstadt –con terrazas para ver y dejarse ver- podrá tomar el pedido en un alemán con fuerte acento suizo, a lo que seguirá un suave “merci” en francés. La antigua y olvidada rivalidad entre las dos orillas aún se puede apreciar en el lado sur del Mittlere Rheinbrücke, el puente más antiguo sobre elRin, construido en 1225 y plagado como el resto de la ciudad de las consabidas banderas nacionales de la cruz blanca sobre fondo rojo. Sobresaliendo de uno de los edificios frente al río se observa un grifo policromado en piedra, el Lällekönig, que saca una gran lengua rosada hacia el otro lado. Como respuesta, durante el famoso carnaval de marzo, el “Fasnacht”, un grupo de máscaras del norte suele ejecutar en su lado del río el baile del “Vogel Gryff” (pájaro grifo), siempre dando la espalda al sur. Pero esta ciudad de 27,75 kilómetros cuadrados, y con un total de 40 museos, goza de la reputación de ser una de las ciudades culturales más importantes de Europa. No en vano en 1997 fue una de las más firmes candidatas a Capital Europea de la Cultura y cada año, en junio, alberga Art Basel, una de las principales ferias de arte del planeta. Así, en este verano, en medio de una inabarcable oferta, se podía ver hasta finales de julio una gran retrospectiva de Edvard Munch en la Fundación Beleyer, a las afueras de la ciudad, en una estación del tranvía 6 que lleva su propio nombre. Esta fundación ha tirado la casa por la ventana en 2007 con el pintor noruego para celebrar su décimo aniversario. En su edificio firmado por el arquitecto Renzo Piano, donde priman los árboles, el césped y el agua, su habitual colección de Cezanne, Gaugin, Matisse, Monet y Picasso ya suelen cortar la respiración. En el Kunstmuseum, el considerado primer museo de arte del mundo abierto al público, es inevitable pasar revista estos días a una selección de las primeras obras del norteamericano Jasper Johns, incluido su afamada “Diana con cuatro caras”, de 1955, que suele alojarse en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Y si lejos del centro la vanguardia arquitectónica lleva las firmas de Mario Botta, Alvaro Siza, Herzog & de Meuron, Zaha Hadid y Frank O. Ghery, la tradición tiene su centro neurálgico en la Marktplatz, donde cada mañana frente al ayuntamientose instala desde hace siglos un mercado de productos suizos. En su puesto, decorado con banderas de la Confederación Helvética y del cantón-ciudad deBasilea, Thomas nos da una explicación de por qué ya en las calles aledañas huele a queso. “Yo tengo aquí unas cien variedades”, señala con un acento imposible. En el mismo lugar se pueden contar hasta diez puestos donde se vende este producto. Incluso en las apacibles callejuelas de la Altstadt, dos tiendas aledañas de la Rheinsprungstrasse muestran este equilibrio entre modernidad y tradición. A la izquierda, el Scriptorium, donde en una tienda minúscula Andrea vende todo tipo de productos relacionados con la escritura con pluma, incluso una variedad de un millar de aves diferentes que pueden acabar adornando este instrumento. Y a la derecha, la Condomeria, donde la variedad de condones es indescriptible y sorprendente. Pero la gran sorpresa llega cuando desde la plaza de la Catedral, junto a grupos mixtos de suizos que juegan a la petanca y beben cerveza, se descubre en el río un insólito sistema para cruzarlo que persiste en la ciudad desde principios del siglo XIX. Mediante un cable tendido de lado a lado, una barca lo surca en apenas cinco minutos valiéndose de la fuerte corriente con un giro de 45 grados. En la barca, “Lev”, el patrón Paul, de cerca de dos metros,pelo y barba rubios, jersey rojo grueso y pantalón corto, explica que hay otras tres barcas en Basilea.“Siguen dando dinero”, sonríe.
Odiseo.

Sunday, July 08, 2007

Die Zähnpasta


Hecha la Ley, hecha la trampa, como diría mi señora madre allá en los territorios cada vez más lejanos de Ítaca. No han tardado mucho los cerebritos dedicados en cuerpo y alma a estrujar los bolsillos del común de los mortales en dar con la clave: que hace un par de años unos seres llenos de mala baba y luengas barbas, invocando histéricamnte a su dios, intentan pulverizar un avión con un explosivo líquido, pues van los que mandan y prohíben a todo quisqui viajar con pasta de dientes, desodorante y el jarabe para la tos a menos que se metan en una bonita bolsa higiénica y transparente. Lógico, así todo el mundo sabrá si gastas la marca del “Sepu” o te estiras. ¿Y qué idean los antes citados cerebritos? Pues nada, fabricamos la pasta de dientes y el desodorante tamaño bolsillo, lo acompañamos de un poquito de gel, los metemos a todos en una bolsita transparente, y los vendemos en el aeropuerto al bonito precio de 8,90 euros (comprobado hace unos minutos en el aeropuerto de Fráncfort). Aún llega la cosa más lejos. Hace apenas unos segundos, en dicho aeródromo alemán, he visto una maquinita expendedora de unas bolas llenas de… pasta de dientes. A euro el cepillado, un negocio redondo. Ya dije hace tiempo que acabaremos pasando los controles de los aeropuertos en pelota picada, y si no al tiempo. Y teniendo que llegar un día antes al recinto aeroportuario para pasar una suerte de cuarentena. Todos desnudos en salas hiperhigiénicas hasta la mañana de nuestro vuelo. Quizás por eso he empezado a disfrutar de nuevo de los trenes, sobre todo en trayectos de un máximo de cuatro horas. En el Zug se puede leer, los asientos son más cómodos, hay más espacio, y te puedes dar un paseíto sin que una histérica azafata te dé el coñazo con el cinturón de seguridad. Ah, y las estaciones suelen estar en el centro de las ciudades y no hay que llegar dos horas antes. Todo son ventajas.Odiseo.