Strassbourg
Primero una frase en francés y luego la misma repetida en alemán, un cura se desgañita bajo una pequeña carpa hablando de las “mil caras” de Dios dependiendo del lugar del mundo desde el que se le rinda culto, “de esperanza, de alivio, defuturo...” La concurrencia, católicos y protestantes de ambas orillas, reunidos por sus parroquias en un acto estival conjunto, conforman apenas una cincuentena de personas de mediana edad dispersos entre muchas sillas vacías. La mayoría atiende a la charla con cierto aire de aburrimiento mientras sus miradas se escapan involuntariamente al otro lado del parque, cruzando el río Rin, en Estrasburgo, ya Francia. En Kehl, Alemania, en esta ribera del “Jardin de Deux Rives” o “Garten der zwei Ufer” (el Jardín de las Dos Orillas) algunos creyentes han optado discretamente por acudir a una furgoneta-bar anexa a la carpa, instalada por la organización, donde atendidos indistintamente en las dos lenguas pueden degustar las delicias culinarias alsacianas. Salvo por un detalle: “No se vende alcohol”. Para paladear los afamados vinos y cervezas de ambas regiones vecinas, los más atrevidos o menos practicantes deberán desplazarse apenas un centenar de metros río arriba hasta el “Strandbar” (bar de playa) cercano, a rebosar de gente más joven instalada en cómodas hamacas sobre mullida arena y sumergidos en indistintas conversaciones en ambos idiomas. Todo ello apenas a unos minutos en autobús de la vorágine turística de la “Ciudad de los caminos” y segunda capital de la Unión Europea (UE), Estrasburgo. Apenas a unos metros del puente Corbeau, desde el que los condenados a muerte eran lanzados al L´Ill, afluente del Rin, y frente al antiguo edificio de la aduana, reconvertido en un mastodóntico restaurante para visitantes de temporada del que los “habituales”de las instituciones europeas recomiendan huir, se debe aguardar con paciencia el 21 y soportar las estrecheces de una línea que cada día transporta a miles de trabajadores, en su mayoría inmigrantes, de un lado a otro de la frontera. Inauguradas en 2005, las 50 hectáreas del Jardín de las Dos Orillas han sido diseñadas por el paisajista alemán Rüdiger Brosk, y unidas por una vanguardista pasarela doble rubricada por el arquitecto francés Marc Mimram, que se puede recorrera pie o en bicicleta, y donde no se ha olvidado a los discapacitados en silla de ruedas en su recorrido. Ambos lados del río, asimismo, son una muestra de arte contemporáneo y allí podemos encontrar entre el césped, las fuentes y los árboles esculturas de Andrea Blum, Akio Suzuki, Tadashi Kawamata, Philippe Lepeut y Sylvie Blocher. Para los políticos de ambos lados el parque es el símbolo definitivo de la reconciliación de las dos orillas tras un difícil pasado. Como botón de muestra sólo decir que Estrasburgo, sede del segundo mayor puerto sobre el Rin después de Duisburg (Alemania), llegó a cambiar hasta cinco veces de manos entre 1870 y 1945 y durante la II Guerra Mundial fue alcanzada por los bombardeos de los aviones aliados, lo que provocó daños en su ineludible Catedral de Nôtre Dame (1015). “Es muy agradable vernos a todos juntos paseando sin importar de qué margen del río procedes”, nos asegura desde uno de los numerosos bancos de madera del sector alemán Martha, una simpática octogenaria de sonrisa contagiosa que vive en Kehl. “Ya hemos pasado demasiadas desgracias”, añade. Sin embargo, minutos antes en el “Strandbar” es Günther quien aporta su grano de arena realista. “¿Reconciliación? ¡Pero si estamos ya en el siglo XXI! Europa, ¿recuerdas? Aquello, la guerra, es el pasado ya olvidado”. Aunque con una estructura supuestamente circular, el Jardín de las Dos Orillas es la demostración fehaciente de que Estrasburgo, durante décadas tras la II Guerra Mundial, ha vivido de espaldas al Rin, pesea alojar en su suelo desde 1920 la Comisión Central del Rin, heredera de una de los acuerdos europeos más antiguos, la Convención de Manheim de 1968, por la que se otorgaba a las aguas de este río un carácter de “internacionales”. En el sector alemán, las viviendas de Kehl asoman apenas a un centenar de metros de la orilla, mientras que en el estrasburgués brillan por su ausencia, lo que hace que el espacio de parque sea visiblemente mayor en el lado francés. Es por ello que la mayor parte de los espectáculos veraniegos y conciertos que se han hecho ya tradicionales en verano se lleven a cabo en la ribera de este país. Así, al festival de circo actual (“Jeux de piste”) que se pudo ver en julio, se suman los conciertos diarios de La Guinguette, de música clásica y jazz, y dos citas los 18 y 19 de agosto con el grupo Sokan, que ya triunfó el verano pasado con una añorada actuación sobre la pasarela. Para este año los músicos africanos han hecho un llamamiento a todo el que posea un instrumento de percusión a ambos lados del río para que acudan a tocarlo a sus espectáculos. Para celebrar la inauguración, el pasado 10 de junio, de la línea de ferrocarril de alta velocidad desde París, que lleva a Estrasburgo en dos horas y veinte minutos, la dirección del parque inauguró los“Jardines de las Maravillas”, un concurso de pequeñas piezas vegetales con firma de autor que dejan con la boca abierta al mayor neófito. Así, en el lado francés se pueden ver desde minúsculas vegetaciones propias de desiertos hasta las apuestas más innovadoras, con juegos de luces y sonidos, o incluso con sillas y mesas del tamaño de Gulliver. A la caída de la tarde, cuando se reduce la presión “turística” de la ciudad, es recomendable regresar a disfrutar de Estrasburgo, una ciudad que dedica el 20% de su presupuesto a la cultura y que compite como candidata para Capital Europea de la Cultura en 2013. No en vano su centro histórico es Patrimonio de la Humanidad de la Unesco desde 1988. Porque la ciudad, para extrañeza de muchos, es algo más que una de las sedes del Parlamento Europeo, la central de la Asamblea del Consejo de Europa, del Eurocorps, el Observatorio Europeo del Sector Audiovisual y del Tribunal de Derechos del Hombre. Aviso para navegantes: para visitar la Catedral a diario no olvidar los horarios de la misa católica, será uno de los pocos momentos, salvo en los conciertos programados para el verano, en los que se podrá escuchar una de sus maravillas menos citadas en las guías de viaje, el impresionante órgano. Y por la noche, al ritmo de piezas de música clásica, un curioso juego de luces sincronizado sobre la fachada y su torre de 142 metros. Huyendo de este saturado entorno de la Grand Île (gran isla), rodeada por el río L´Ill, a cualquier hora del día nada mejor que acudir a la Pequeña Francia, con sus puentes móviles y su curioso sistema de presas para nivelar los canales al paso de losbarcos, y que en su día se utilizaron para instalar innumerables molinos. Allí, los estómagos más endurecidos podrán acometer un demoledor “Choucrout” a la caída de la noche o deleitarse con una saciante “Tarte flambée”. Pero como avisa una de las trabajadoras de la Oficina de Información Turística de la Plaza de la Catedral, estas últimas “están hechas para los turistas, nada que ver con las de verdad”.
Odiseo.
Odiseo.