Tuesday, June 19, 2007

Thermen


Por un momento me siento como flotando en el cielo... ¡Ya!, ya sé que soy un conocido ateo no practicante allá en Ítaca, pero espero que hayas captado el espíritu que requiero para la lectura de esta entrada del blog, hipotético lector. Bien, como iba diciendo, por un momento me siento como en el cielo…, sumergido en una piscina de agua templada que recorre en dos canales una terraza de un piso, altísimo, encaramado a una Torre del corazón berlinés, con la iglesia hecha migas de la Kudamm a menos de 100 metros. ¿Ahora sí, entramos en ambiente? Como decía, flotando a la luz de la noche cual mi madre me aportó al planeta, la lluvia moja mi rostro y el de mi acompañante, mi insustituible y, a veces, difícil bávara, que su abuelo el Schutzstaffel de pueblo mantenga en la gloria terrenal. Y como el ambiente es el propicio, la cosa pasa a mayores, tal vez el hecho de que no haya casi nadie un martes a las 22.00 horas refuerza la coyuntura. Más tarde comprobaré que no soy nada original. Aviso para navegantes: atentos al ogro teutón con aspecto de cancerbero del Hades que pasea por la terraza cada ciertos minutos en busca de incautos a los que reprender con un ladrido berlinés. No fue el caso, aclaro, pero sí el testigo. Y ya en la piscina interior, todo un muestrario de hedonismo "take away" al irrisorio precio de 14 euros: suaves hamacas ideales para lanzarse allende algún rincón del sueño; cuatro saunas de cuento, cada cual con su toque diferenciador, con hierbas, menos calor, de madera de… ; un Hammam en el exterior al que vuestro desdichado héroe no tuvo tiempo de acceder, ¡agh!; unas pequeñas termas adosadas a la piscina con el líquido elemento a distintas temperaturas; y un restaurante de buen aspecto donde intuyo que será mejor hallar una buena ensalada antes de una sacrosanta salchicha al curry. Cuando abandono el lugar sólo he echado de menos un masaje en la espalda, la cruz de esta vuestro héroe de andadura. Por lo demás, un 10. Esta carcasa humana, al menos, volverá.
Odiseo.

Thursday, June 14, 2007

Kassel / documenta 12

Vuestro humilde Odiseo, embarcado en un tren ICE en dirección a Berlín, va a proceder a una difícil confesión: soy un analfabeto. Lo acabo de comprobar con cierto dramatismo –y mucha chirigota- en documenta 12, el llamado “museo de los 100 días” u “Olimpiadas del mundo del arte” que cada cinco años en la ciudad alemana de Kassel le mete el termómetro en los cuartos traseros a la vanguardia. Soy sincero en proporciones mayúsculas, si bien por parte de madre y “ad hoc” algo de entrenamiento individual este hijo de Ítaca viene dotado de cierta sensibilidad para las artes, al menos las culinarias (enhorabuena mi agradable Ferrán Adriá, has tomado el pelo con gracia a todo el planeta). Pero las vanguardias, para qué engañaros, algunas simplemente le vienen grandes a las 13 neuronas que me restan tras los excesos de las casi últimas cuatro décadas. Entre las más farragosas me cabe el recuerdo de la alemana Cosima von Bonin, cuyo nombre incluso había transitado en alguna ocasión por mis atascados conductos neuronales. Pero cuatro cañas colgadas en vertical en un vulgar andamio de obra, todo ello cubierto por una lona de color ¿rojo? requiere una explicación somera, pero carezco de tiempo para perder. Y en el lote abstruso, unos bonitos marcos con simples rayas horizontales y verticales, una por cuadro, “Sin título”, ¿mande? O una estructura abierta de acero de 4x4 metros unida por gruesas maromas y nueve bailarines en grupos de tres acometiendo una y otra vez los mismos movimientos que recordaban el Taichí. Dos de las gráciles danzarinas ocupan mi pecaminoso cerebro unos segundos, poco más. Ante tamaña incongruencia, el rey de los analfabetos prefiere destacar al beninés Romouald Hazoumé, que con una gran patera llena de agujeros y hecha con vulgares bidones de gasolina quiere llamar la atención de los africanos que ven en Occidente la salvación, cuando ellos son los verdaderos países ricos, no los ocho engreídos cretinos del G8. Y, subrayado, un mensaje de increíbe esperanza y muerte. O el chino Ai Wei Wei, que se ha quedado con el personal al traerse a 1.001 chinos para que se paseen por Kassel, simplemente, e interactúen con todo bicho viviente. Espectacular. Y entre las obras que no se entienden pero que sorprenden gratamente, un magrebí del que olvidé el nombre (mis disculpas), pero que coloca 13 guitarras eléctricas (ni una más ni una menos) enchufadas a ordenadores y amplificadores, y unos curiosos dispositivos con púas se encargan de crear “música” mediante secuencias. Guitarras tocando solas. Al menos este viajero impenitente puede decir que más de una obra le ha sorprendido, pero muchas más le han decepcionado. Y francamente, si alguien me invitara a una exposición de Física Cuántica, que como todos sabemos es la bonita teoría de las canicas concéntricas, seguiría sintiéndome como un “analfaburro”, lo que aporta cierto alivio para mis limitadas 12 + 1 neuronas.
Odiseo.

Sunday, June 03, 2007

Lübeck


Nunca pensé que un día estaría ante todo un Nobel. Un premio Nobel de Literatura, nada más y nada menos. Y aunque parezca mentira, este navegante escéptico por naturaleza no otorgaba al encuentro muchas expectativas. Pero hete aquí que, iluminado con su autobiografía que ando leyendo en ese momento, se me presenta un personaje que cobra sentido. Y la idea equivocada y superficial se queda sin andamios, nada sustentada salvo por alguna obra cumbre que en su momento no me aportó nada y un hartazgo de su presencia durante el escándalo. Un escándalo que, por cierto, se diluye en sus propias palabras según avanzan los capítulos. “La prensa creía tener una bomba”, afirma en su amplio cobijo de Lübeck en un tono sosegado y lúcido que no le suponía. “Y no vio nada más”, sentencia. Y rodeados de dibujos y pequeñas esculturas, habla de aquellos extraños años y de cómo un joven de 17 años, un extra más en la comedia comunal de los horrores, se llegó a sentir orgulloso de un uniforme que vistió porque llamaron a su quinta, un año después de presentarse voluntario para tripular un submarino, sin éxito. Y habla de un país, que aún no puede digerir esos años, y que hasta hace unos meses no podía sentirse orgulloso de la procedencia que asegura su pasaporte. Y que un treintañero no es un crédulo pimpollo, y que por eso todo tiene sentido, su papel de cazador de pasados ocultos, y su recio martillo persiguiendo una moral de doble filo a lo largo de los años. Y por eso un itaqueño le rinde este breve homenaje y le confiesa hambre de leer sus libros. Porque nunca es tarde para encontrar algo bueno. Ni para confirmar algo malo.
Odiseo.