Kobenhavn
Apreciado Sr. Buschek:
Tiene usted suerte de que mi espada y mi lanza estén en desuso y algo mohosas y de que haya disfrutado de una corta desconexión mental de mi odisea diaria en esa bella y aburrida ciudad de Copenhague, Kobenhavn o algo así para los lugareños. Le juro que el Burger King de arriba con publicidad de MacDonald´s en el tejado es Copenhague. Tiene usted suerte, repito, de que mi apenas una docena de neuronas supervivientes hayan podido parar un ratito y hacer la colada o liarse un cigarrito de la risa. Porque mi estimado Señor Buschek, ¿dónde diablos me ha metido usted? “Céntrico”. Sí, querido amigo, en una calle muy del centro y llena de hoteles… y sex shop. De esas posadas de otros tiempos de esplendor en las que la señora de la limpieza se encuentra un día un voluminoso consolador de múltiples velocidades en el desbarajuste de sábanas y lo coloca disimuladamente, tras hacer la cama, en algún escondido pliegue de la misma. Estoy por apostar. Y lo de hacerme recordar la ducha de mi abuelita en Ítaca, con un surtidor que se despeñaba directamente sobre un sumidero en el suelo, tiene un pase. No aparecía en el contrato, se podrá decir. Pero amigo, lo del abridor de botellas en medio de la puerta del baño atornillado en el marco podría dar que hablar y me hace pensar en otros lujuriosos usos mezclados con alcohol. Es un suponer. Ah, por cierto, lo del “desayuno típico danés”, salvo el pescado ése tan bueno macerado en algo con regusto a vinagre, creo que lo llaman continental. Y los he visto mejores, en mi franca modestia, y sin la obligación de preguntarme por qué hay tanto sobrepeso a mi alrededor. Y de nuevo citar ese delicioso pescado, que tantos problemas me provocó, ¿o fue la cebolla del aliño? Mein Gott. Sólo una frontera más allá pude quitarme el mal aliento a fuerza de caramelos con regaliz suecos y un par de cigarros para el pecho, allá en Malmö. Y vuelvo a decirle, señor Buschek, que tiene suerte de que hasta el hotel me haya gustado, incluida la sosa Kobenhavn. Si no juro que acudiría a su Reisebüro a despeinarle entre alaridos de indio apache esos mechones carrupios entrelazados con grasa de motor. Tiene suerte.
Odiseo
Tiene usted suerte de que mi espada y mi lanza estén en desuso y algo mohosas y de que haya disfrutado de una corta desconexión mental de mi odisea diaria en esa bella y aburrida ciudad de Copenhague, Kobenhavn o algo así para los lugareños. Le juro que el Burger King de arriba con publicidad de MacDonald´s en el tejado es Copenhague. Tiene usted suerte, repito, de que mi apenas una docena de neuronas supervivientes hayan podido parar un ratito y hacer la colada o liarse un cigarrito de la risa. Porque mi estimado Señor Buschek, ¿dónde diablos me ha metido usted? “Céntrico”. Sí, querido amigo, en una calle muy del centro y llena de hoteles… y sex shop. De esas posadas de otros tiempos de esplendor en las que la señora de la limpieza se encuentra un día un voluminoso consolador de múltiples velocidades en el desbarajuste de sábanas y lo coloca disimuladamente, tras hacer la cama, en algún escondido pliegue de la misma. Estoy por apostar. Y lo de hacerme recordar la ducha de mi abuelita en Ítaca, con un surtidor que se despeñaba directamente sobre un sumidero en el suelo, tiene un pase. No aparecía en el contrato, se podrá decir. Pero amigo, lo del abridor de botellas en medio de la puerta del baño atornillado en el marco podría dar que hablar y me hace pensar en otros lujuriosos usos mezclados con alcohol. Es un suponer. Ah, por cierto, lo del “desayuno típico danés”, salvo el pescado ése tan bueno macerado en algo con regusto a vinagre, creo que lo llaman continental. Y los he visto mejores, en mi franca modestia, y sin la obligación de preguntarme por qué hay tanto sobrepeso a mi alrededor. Y de nuevo citar ese delicioso pescado, que tantos problemas me provocó, ¿o fue la cebolla del aliño? Mein Gott. Sólo una frontera más allá pude quitarme el mal aliento a fuerza de caramelos con regaliz suecos y un par de cigarros para el pecho, allá en Malmö. Y vuelvo a decirle, señor Buschek, que tiene suerte de que hasta el hotel me haya gustado, incluida la sosa Kobenhavn. Si no juro que acudiría a su Reisebüro a despeinarle entre alaridos de indio apache esos mechones carrupios entrelazados con grasa de motor. Tiene suerte.
Odiseo