Monday, March 19, 2007

Kobenhavn


Apreciado Sr. Buschek:
Tiene usted suerte de que mi espada y mi lanza estén en desuso y algo mohosas y de que haya disfrutado de una corta desconexión mental de mi odisea diaria en esa bella y aburrida ciudad de Copenhague, Kobenhavn o algo así para los lugareños. Le juro que el Burger King de arriba con publicidad de MacDonald´s en el tejado es Copenhague. Tiene usted suerte, repito, de que mi apenas una docena de neuronas supervivientes hayan podido parar un ratito y hacer la colada o liarse un cigarrito de la risa. Porque mi estimado Señor Buschek, ¿dónde diablos me ha metido usted? “Céntrico”. Sí, querido amigo, en una calle muy del centro y llena de hoteles… y sex shop. De esas posadas de otros tiempos de esplendor en las que la señora de la limpieza se encuentra un día un voluminoso consolador de múltiples velocidades en el desbarajuste de sábanas y lo coloca disimuladamente, tras hacer la cama, en algún escondido pliegue de la misma. Estoy por apostar. Y lo de hacerme recordar la ducha de mi abuelita en Ítaca, con un surtidor que se despeñaba directamente sobre un sumidero en el suelo, tiene un pase. No aparecía en el contrato, se podrá decir. Pero amigo, lo del abridor de botellas en medio de la puerta del baño atornillado en el marco podría dar que hablar y me hace pensar en otros lujuriosos usos mezclados con alcohol. Es un suponer. Ah, por cierto, lo del “desayuno típico danés”, salvo el pescado ése tan bueno macerado en algo con regusto a vinagre, creo que lo llaman continental. Y los he visto mejores, en mi franca modestia, y sin la obligación de preguntarme por qué hay tanto sobrepeso a mi alrededor. Y de nuevo citar ese delicioso pescado, que tantos problemas me provocó, ¿o fue la cebolla del aliño? Mein Gott. Sólo una frontera más allá pude quitarme el mal aliento a fuerza de caramelos con regaliz suecos y un par de cigarros para el pecho, allá en Malmö. Y vuelvo a decirle, señor Buschek, que tiene suerte de que hasta el hotel me haya gustado, incluida la sosa Kobenhavn. Si no juro que acudiría a su Reisebüro a despeinarle entre alaridos de indio apache esos mechones carrupios entrelazados con grasa de motor. Tiene suerte.
Odiseo

Sunday, March 11, 2007

Prenzlauer Berg


Ya lo decía mi abuelita allá en mi cuasiolvidada Ítaca, hijo, cuidado con las sirenas cuando navegues entre mares desconocidos. Y en aquestos sortilegios andaban precisamente enredadas las 13 neuronas y media de nuestro simpar Odiseo cuando el otro día zascandileaba por ese cada día más sorprendente barrio de Prenzlauer Berg. Cualquiera, tú por ejemplo mi inexistente lector, habla mucho de “freaks” como de tipos y tipas que hacen cosas raras. Pero cuando uno se encuentra frente un ser humano que merece el calificativo de “rey de todos los freaks del planeta”, sabe que ha utilizado muchas veces ese apelativo sin fundamento. A lo que vamos, a la acompañante de este personaje de telenovela homérica se le ocurre entrar en una Reiseburö, agencia de viajes para los ausentes, para preguntar por un hotel en otra capital europea más al norte. Ya el ambiente de esta oficina a pie de calle inquieta, demasiado “buenrollismo” de los empleados, demasiadas y pesadas bolsas por nuestra parte, denota que esos dos diligentes empleados se aburrían sin duda en esta mañana de sábado. Pero centrémonos en uno de ellos. Unas bromas previas en dialecto berlinés en el que mis neuronas no dan para más y el “Freak König” que se va soltando hasta límites insospechados. Uno empezaría por su pelo, una suerte de mechones carrupios unidos por la laca de la señorita Pepis o la grasa que desincrusta en un día Mister Proper, algo intermedio quizá. Tal vez continuaría con sus preguntas surrealistas, “¿Ah, Copenhague? ¿Aprovecharéis a comprar un Bang & Olufsen?”, risa de medio lado. Se lía con las fechas, con mi apellido, y cree decirme una palabra en español que aprendió en Mallorca y que juro, pero a mis largos estudios subvencionados por el Estado, aún no he podido descifrar. Como puede hablar tanto alguien sin decir nada, sólo para escucharse hablar. Insisto, se aburría como una ostra siberiana necesitaba afirmar su valía profesional sobre unos clientes. Nos ha tocado, qué le vamos a hacer. Y cada minúsculo detalle lo consulta a mi estoica compañera, conmigo ya se ha rendido y mi atención se ha perdido hace ya rato con la serie de siete relojes colgados en un sitio privilegiado de la parde y puestos en horas tan exóticas como Hannover o de nuevo Palma de Mallorca, capital Berlín, que dijera con sorna “Der Spiegel”. Y el buen Herr Bünder, o algo así, ya es el segundo que se sorprende de mi firma, dos giros enérgicos a contrarreloj sobre una P soportada por un triángulo… cualquiera diría de las Bermudas. “¿Médico?”, y no puedo por menos que decir que sí. Muy cruel defraudarle. Por cierto que el segundo que me vio firmar bromeó diciendo que era “alocada” o “de loco”, tengo que fijarme más en cómo firma la peña por estas germanías. Igual de frías y asépticas como el tópico. Y llega el rien ne va plus del surrelismo reinante, que lo pondrá mi acompañante al sacar un inmenso bollo de merengue de una de las bolsas y liarse a bocados. Nada desentona y un par de porros más tarde permitirá hilvanar este muestrario de sandeces y desatar unas una hora de risas encadenadas.
Odiseo