"Panzerschule", ponga un tanque T-55 en su vida
(Vuestro ínclito Odiseo se largó estas vacaciones a aprender a conducir un tanque de 34 toneladas. He aquí la experiencia.)
“¡Gire a la izquierda! ¡Recto! ¡A la derecha! ¡Gas!”. Los rugidos con acento “ossi” (alemán del este) llegan a los oídos con estruendo desde los micrófonos incorporados al casco de combate. Una prenda que, a juzgar de su olor, podría haber sido testigo de muchas de las batallas silenciosas de la Guerra Fría. En cualquier caso un pasamontañas de algodón negro protegerá al “piloto” de su sospechoso contacto.
Los pedales, por cierto, son exactamente igual a los de un utilitario convencional. Pero lo que se maneja con dos enormes palancas y envuelve al conductor como un espacioso ataúd son las más de 34 toneladas de acero y 523 caballos de potencia de uno de los míticos carros de combate soviéticos T-55. Y todo ello tras un curso acelerado de exactamente cinco minutos, con la posterior recepción de un “carné de conducir tanques” de 6,45 metros de largo y 3,37 de ancho -48 kilómetros por hora en carretera-, de manos de una de los doce empleados de la empresa, Ute Frischmuth..
A través de las dos minúsculas rendijas de vidrio amarillento, si se tiene tiempo de mirar mientras se lucha con las palancas y las atronadoras órdenes del instructor que viaja en la torreta, se podrá observar una masa de barro, tierra y árboles, vista parcial de las 8,5 hectáreas de esta suerte de parque de atracciones de los carros de combate del desaparecido Pacto de Varsovia. Y todo ello difícil de encontrar en el laberinto de pequeñas carreteras encerradas en los bosques de Fürstenwalde, en el “Land” (estado) de Brandemburgo.
Uno de sus hermanos fundadores, Axel Heyse, ex conductor de tanques del “Ejército Nacional” de la ex República Democrática de Alemania (RDA), confirmará luego a EL MUNDO que la “Panzerschule” (escuela de tanques) de Beerfelde es la única de este tipo que existe en el mundo. “Y viene gente de todo el mundo, de todo tipo. Esto no tienen nada que ver con guerras, son emociones fuertes y la gente se marcha encantada”, añadirá.
Pero como todas las “emociones fuertes” en los albores del siglo XXI, ésta tiene un precio, exactamente 159 euros por una media hora. Diez más por cada acompañante que quiera ir instalado en la torreta observando las maniobras. La posibilidad de grabarlas en DVD es un extra, y Axel controla hoy desde la escueta cabaña de recepción todas las cámaras del campo de juegos bélicos que lo permiten. A disposición del cliente se encuentran un total de siete carros de combate T-55 y blindados de fabricación yugoslava BMP para el transporte de tropas.
Tras haber leído previamente las características técnicas de ambos vehículos, sorprende al echar una mirada hacia atrás en el T55 que en ese agujero de chatarra cupieran cuatro tripulantes. La escueta madriguera del piloto parece incluso privilegiada.
Bajo la lluvia que castiga estos días a la región y su “isla-estado” de Berlín el trasiego diario en la “Panzerschule” es constante, bajo cita previa y lista de espera de hasta un mes. En el campo hoy circulan sólo un ejemplar del carro diseñado por el soviético Morozov y rematado por su colega Kartsev y que se fabricó entre 1955 y 1979, y un blindado de protección BMP –“algo más ligero y rápido”, afirma Frischmuth- con sus sólo 13,5 toneladas de peso.
Sobre el T-55 con emblemas militares soviéticos, en el circuito se ve a una joven con casco, Hanne, agarrada a la torreta como puede ante los saltos de la mole mecánica. “Es mi novio el que lo llevaba”, contará luego. “Era su cumpleaños y probar esto era su gran deseo, así que aquí estamos con mi regalo”, añade mientras recibe el DVD de recuerdo de sus cabriolas.
Tras la experiencia, Axel cuenta entre la gente que viene a su escuela ve dos “grupos diferenciados”: “los que nunca han tenido ninguna experiencia militar y los que sí fueron uniformados”. E incluso en esta última división ve tres grupos, “los que un día los condujeron en el ejército, quienes los tuvieron enfrente como enemigos y quieren verlos de cerca, y los militares de hoy que desean probar la sensación de un tanque clásico sin elementos electrónicos”, aclara.
Odiseo.
Los pedales, por cierto, son exactamente igual a los de un utilitario convencional. Pero lo que se maneja con dos enormes palancas y envuelve al conductor como un espacioso ataúd son las más de 34 toneladas de acero y 523 caballos de potencia de uno de los míticos carros de combate soviéticos T-55. Y todo ello tras un curso acelerado de exactamente cinco minutos, con la posterior recepción de un “carné de conducir tanques” de 6,45 metros de largo y 3,37 de ancho -48 kilómetros por hora en carretera-, de manos de una de los doce empleados de la empresa, Ute Frischmuth..
A través de las dos minúsculas rendijas de vidrio amarillento, si se tiene tiempo de mirar mientras se lucha con las palancas y las atronadoras órdenes del instructor que viaja en la torreta, se podrá observar una masa de barro, tierra y árboles, vista parcial de las 8,5 hectáreas de esta suerte de parque de atracciones de los carros de combate del desaparecido Pacto de Varsovia. Y todo ello difícil de encontrar en el laberinto de pequeñas carreteras encerradas en los bosques de Fürstenwalde, en el “Land” (estado) de Brandemburgo.
Uno de sus hermanos fundadores, Axel Heyse, ex conductor de tanques del “Ejército Nacional” de la ex República Democrática de Alemania (RDA), confirmará luego a EL MUNDO que la “Panzerschule” (escuela de tanques) de Beerfelde es la única de este tipo que existe en el mundo. “Y viene gente de todo el mundo, de todo tipo. Esto no tienen nada que ver con guerras, son emociones fuertes y la gente se marcha encantada”, añadirá.
Pero como todas las “emociones fuertes” en los albores del siglo XXI, ésta tiene un precio, exactamente 159 euros por una media hora. Diez más por cada acompañante que quiera ir instalado en la torreta observando las maniobras. La posibilidad de grabarlas en DVD es un extra, y Axel controla hoy desde la escueta cabaña de recepción todas las cámaras del campo de juegos bélicos que lo permiten. A disposición del cliente se encuentran un total de siete carros de combate T-55 y blindados de fabricación yugoslava BMP para el transporte de tropas.
Tras haber leído previamente las características técnicas de ambos vehículos, sorprende al echar una mirada hacia atrás en el T55 que en ese agujero de chatarra cupieran cuatro tripulantes. La escueta madriguera del piloto parece incluso privilegiada.
Bajo la lluvia que castiga estos días a la región y su “isla-estado” de Berlín el trasiego diario en la “Panzerschule” es constante, bajo cita previa y lista de espera de hasta un mes. En el campo hoy circulan sólo un ejemplar del carro diseñado por el soviético Morozov y rematado por su colega Kartsev y que se fabricó entre 1955 y 1979, y un blindado de protección BMP –“algo más ligero y rápido”, afirma Frischmuth- con sus sólo 13,5 toneladas de peso.
Sobre el T-55 con emblemas militares soviéticos, en el circuito se ve a una joven con casco, Hanne, agarrada a la torreta como puede ante los saltos de la mole mecánica. “Es mi novio el que lo llevaba”, contará luego. “Era su cumpleaños y probar esto era su gran deseo, así que aquí estamos con mi regalo”, añade mientras recibe el DVD de recuerdo de sus cabriolas.
Tras la experiencia, Axel cuenta entre la gente que viene a su escuela ve dos “grupos diferenciados”: “los que nunca han tenido ninguna experiencia militar y los que sí fueron uniformados”. E incluso en esta última división ve tres grupos, “los que un día los condujeron en el ejército, quienes los tuvieron enfrente como enemigos y quieren verlos de cerca, y los militares de hoy que desean probar la sensación de un tanque clásico sin elementos electrónicos”, aclara.
Odiseo.
DESPIECE: “Los tanques no se compran en tiendas”
La empresa que fundó Axel Heyse junto a su hermano y también ex militar de la RDA Jörg florece en pleno este de Alemania a pocos kilómetros de la frontera polaca. Según sus propios datos reciben a unas 10.000 personas cada año. Al principio les llegaron a acusar de tratar de revivir las dos Alemanias e incluso de exaltar el militarismo. Hoy está olvidado y la máquina registradora trabaja a pleno rendimiento.
La pregunta es cómo empezó todo. Y la respuesta es que aunque la escuela se fundó hace cuatro años, arrancó durante un viaje de los dos hermanos a Praga unos años antes. Allí descubrieron a punto de ser fundido el cadáver de un T-55. Tras varias peripecias lograron importarlo a Alemania y lo restauraron. Su uso en una fiesta popular local les hizo recibir muchas llamadas de toda Alemania de gente deseosa de probarlo. Y la idea llegó. “Los tanques no se compran en tiendas, claro. Los buscamos por piezas en todo el mundo y los reconstruimos”, cuenta Axel.
La única exigencia de las autoridades germanas fue que el material blindado de los carros, de 200 milímetros en la parte frontal de los T-55 y de 80 en los BMP, debía desaparecer junto a las armas. Así dejarían de ser consideradas “armas de guerra”.
Poco después, y al abandonar la “Panzerschule” con el recuerdo en la pituitaria del diésel quemado por aquellos monstruos de metal, a poco más de un kilómetro de las instalaciones, en el camino de tierra que conecta con la carretera y el pueblo de Beerfelde, se observarán en un almacén cerrado los restos de un tanque con su cañón incluido.
Odiseo.