Tiergarten
Ágape en el Tiergarten, en cierta embajada aledaña y fastuosa, con banderas rojigualda y azul europeo circundado de astros amarillos. La cita patria, a la que curiosamente estoy invitado junto al jamón loncheado de paquete y el tinto de Rioja de oferta, me permite una pequeña reflexión de tercera regional preferente. La patria, advierto para aviso de navegantes, no me incomoda en el pasaporte siempre que no me zarandeen ésta o sus santificados partidarios. La verdad es que iba a hablar de bicicletas, pero una anécdota de gran intrascendencia desvía mi atención. Así, entre policías nacionales de gala, generales alemanes con un traje azul muy poco marcial –desde aquí una propuesta, un cambio de color en las telas castrenses, algo más agerrido y elegante, al menos para esta suerte de cuchipandas-, diplomáticos de salón y empresarios de ocasión y bolsillo raudo, ya sea en castellano o en alemán, todo amenizado por las habituales rubias estupendas y veteranas cuyo “savoir faire” milenario y de largas piernas, enfundado en tela negra y largo escote, salvan cualquier astío estético. No amigos, la susodicha no es un personaje de película. Existe. Un homenaje para ellas. Que también pueden ser morenas o llamarse Ramón, o Helmut... Pero retrocedamos unas cuantas líneas. Siempre me resulta chocante cuando algún adulto me presenta a “su novio” o a “su novia”. Lo siento, no lo puedo evitar. Es una expresión muy usada, pero que a mis treintaitantos cumpleaños jamás he empleado respecto a nadie, y menos en una presentación. He buscado una lectura filosófica al asunto y creo que no van por ahí los tiros. Un humano cualquiera, yo mismo por poner un ejemplo tangible, puede amar a otro ser de la misma especia como cualquier otro hijo de vecino. Y mostrarlo públicamente sin requerimiento de “habeas corpus”. Es una expresión que me repele, sin más, pero hasta diría que es algo encauzado hacia la aversión morfológica, gramaticalmente hablando. Quizás afecte a mi incomodidad hacia los sentidos de la propiedad personales, incluso si estos son consentidos. No me gusta, y ya está. Y además, me dejó frío conocer esa tarde a “mi novio” de alguien a quien me presentaron pocos segundos antes. Y que diez minutos después habría de resultar una agradable sorpresa. Siempre me da por pensar, y suelo acertar con una sonrisa, que alguien ya talludito alza en el aire una suerte de cinturón de castidad imaginario cuando me habla de “mi novio”, presente o ausente. Y no había lugar para ello esta vez. Ya me sucedió hace meses con aquélla atractiva profesora de este infernal idioma, creo que fue la segunda o tercera que me soltó, y en español, que tenía un novio latinoamericano (olvidé los detalles). Tampoco era el caso. Y también esa vez me dio por pensar en ello, lo confieso. A los hombres deberían incluirnos en el kit viático inicial un manual de instrucciones de cómo funcionan las mujeres. O mejor, uno que incluya a mujeres y hombres, sería muy útil y las opciones de felicidad se incrementarían notablemente, estoy seguro. Pero bueno, los salones se vacían ya en el recuerdo de esa tarde, las bandejas ya pasan cada vez más espaciadas y resulta cruento renovar el contenido de mi copa de vino blanco, peligroso en tríos, y ya llevo varias parejas. Los plumillas presentes y acreditados hemos cenado y visto las caras y pies cojeantes. Los diplomáticos han quedado para verse dentro de unos días, y los negociantes han cerrado algún que otro acuerdo ventajoso. Las rubias, por su parte, han lucido palmito y renovado votos. Toca regresar al redil. Odiseo |
4 Comments:
Rustichello
Qué es lo que te molesta de "novio/a", la palabra? el significado, lo que implica de pertenencia o posesión? Todos nos definimos por oposición al otro (en ese caso tú, el interlocutor) e intentamos agarrarnos a palabras para delimitar nuestras fronteras, si no, mira las veces que usamos los posesivos (mi tierra,...) o el verbo ser (soy tal cosa y no tal otra...) Como tú, dime si no por qué estabas en ese ágape comiendo jamón malo y bebiendo vino de súper?
Odiseo, no nos engañes, ¿te disgustan "las novias" o más bien "los novios" de tus tiernas presas rubias? ¿Y qué pasó con el cinturón de castidad? ¿lo contamos como una de las doce pruebas superadas de tu personaje homérico?
¿Y con la profesora de idiomas?
Será la del canto de las sirenas, sólo que Odiseo no estaba atado ¿o sí?
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